EL MULTIMILLONARIO LLEGÓ SIN AVISAR Y VIO A LA EMPLEADA DOMÉSTICA CON SUS TRILLIZOS—LO QUE VIO LO DEJÓ EN SHOCK

Ahora, de pie en la entrada del ala oeste, entendía por qué.

En el suelo del amplio dormitorio, su nueva niñera estaba arrodillada sobre la alfombra azul marino y mullida. Su nombre era Sarah. Él lo sabía solo porque su asistente personal se lo había mencionado. Nunca la había conocido en persona. Llevaba un sencillo y profesional vestido negro con un pequeño delantal blanco—un uniforme solicitado por la agencia—que contrastaba con la elegancia moderna y estéril de la habitación.

Pero no fue la niñera quien le robó el aliento. Fueron sus hijos.

Liam, Noah y Mason.

Los trillizos estaban arrodillados a su lado. Tenían cinco años, pero para Ethan seguían siendo los bebés llorones a los que había sido incapaz de sostener por el inmenso dolor tras la muerte de su esposa, Elena, durante el parto. Él les había proporcionado lo mejor: los mejores médicos, la mejor comida, los mejores juguetes y el mejor personal. Pero nunca les había proporcionado a él mismo.

Ahora observaba cómo sus pequeñas manos se entrelazaban frente a sus pechos. Sus ojos estaban cerrados, sus expresiones transmitían una serenidad que Ethan jamás había visto en sus rostros. Usualmente, cuando los veía, estaban caóticos, ruidosos o, peor aún, temerosos del padre alto y casi extraño que aparecía únicamente para inspeccionarlos.

“Gracias por este día”, susurró la niñera. Su voz era suave, melodiosa, cálida, y parecía calentar la habitación fría.

“Gracias por este día”, repitieron los niños, en un coro irregular y agudo de inocencia.

“Gracias por la comida que nos nutre y por el techo que nos protege.”

“Gracias por la comida…” repitieron los niños.

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