El millonario llega a casa temprano… y no puede creer lo que ve

—“Pero papá…”

—“Ahora, Mateo.”

El niño miró a Lupita, quien le sonrió para tranquilizarlo. Mateo subió rengueando por las escaleras, pero antes de desaparecer gritó:
—“¡La tía Lupita es la mejor persona del mundo!”

Alejandro y Lupita quedaron solos. El empresario se acercó, notando por primera vez que los pantalones de la joven estaban manchados en las rodillas y que sus manos rojas mostraban el esfuerzo de fregar el piso.

—“¿Desde cuándo pasa esto?” —preguntó—. “Los ejercicios. ¿Cuánto tiempo llevas haciéndolos con Mateo?”

—“Desde que empecé a trabajar aquí, señor, hace unos seis meses. Pero le juro que nunca descuidé mis tareas. Los hago con él en mi hora de comida o cuando ya terminé todo.”

—“No te pagan extra por eso,” —observó Alejandro.

—“No, señor, y no pido nada. Me gusta jugar con Mateo. Es un niño especial.”

—“¿Especial? ¿Cómo?”

Lupita sonrió por primera vez esa noche.
—“Es muy determinado, señor. Aunque los ejercicios le duelan y quiera llorar, no se rinde. Y tiene un gran corazón. Siempre se preocupa por mí si estoy cansada o triste. Es un niño muy cariñoso.”

Alejandro sintió de nuevo esa presión en el pecho. ¿Cuándo había notado él esas cualidades en su propio hijo?

—“¿Y cómo sabes qué ejercicios hacer?”

Lupita vaciló.
—“Tengo experiencia, señor.”

—“¿Qué clase de experiencia?”

Tras una pausa, respondió con voz baja:
—“Mi hermano menor, Carlos, nació con problemas en las piernas. Pasé toda mi infancia llevándolo a terapias, aprendiendo ejercicios y ayudándolo a caminar. Cuando vi a Mateo, no pude quedarme de brazos cruzados.”

—“¿Y Gabriela lo sabe?” —preguntó Alejandro, refiriéndose a su esposa.

—“La señora Gabriela siempre está ocupada con sus amigas. Y usted trabaja mucho. Yo solo pensé… que podía ayudar. Pero si no quiere, dejo de hacerlo de inmediato.”

—“¿Qué querías, Lupita?”

Leave a Comment