Paloma subió corriendo las escaleras, siguiendo el sonido del llanto.
En el pasillo, una mujer rubia y elegante salía de uno de los cuartos azotando la puerta tras de sí.

—Tú debes ser la nueva empleada doméstica.
Verónica se arregló el cabello tratando de parecer tranquila.
—Qué bueno, porque necesito salir. La niña está haciendo berrinche. Cuando pare, puedes empezar el trabajo. La niña está bien, está bien. Solo está haciendo drama, como siempre.
Verónica bajó las escaleras rápidamente, tomó su bolsa y salió.
El llanto continuaba viniendo del cuarto.
Paloma tocó la puerta.
—Hola, chiquita, ¿puedo entrar?
El llanto disminuyó un poco.
—No te voy a regañar, te prometo.
Abrió la puerta despacio.
Una niñita de cabello castaño estaba sentada en el piso, abrazando sus propias piernas, el rostro mojado de lágrimas, ojitos hinchados.
—Hola, corazón, ¿cómo te llamas?