La luz de la mañana entraba por la ventana. Alguien había tomado esa foto desde la puerta entreabierta. “Dios mío”, murmuró la señora. Don Arturo abrió su carpeta, encontró capturas de pantalla de conversaciones de WhatsApp, mensajes entre Ricardo y alguien guardado como ese es. Ya le dijiste, Ricardo. Todavía no. Esperaré hasta Navidad. Se. Y la casa, Ricardo, es mía. Yo la pagué. Ella no tiene derecho a nada. Es perfecto, amor. Pronto estaremos juntos. Más abajo, otro mensaje. Ricardo, mi familia ya sabe que quiero divorciarme.
Les dije que Camila es controladora y tóxica. C. Bien hecho. Así te apoyarán cuando lo anuncies. Don Arturo levantó la vista hacia su hijo. Su rostro, siempre serio, ahora mostraba algo peor que enojo. Decepción. La tía Lupita abrió su carpeta y encontró recibos. Hotel Fiesta Americana, Puerto Vallarta. Dos noches, suite ejecutiva. Fecha mayo. Hotel Quinta Real, Guadalajara. Una noche, habitación especial. Fecha julio. Restaurante Santo Coyote, cena para dos. Fecha agosto. Joyería Platino. Collar de oro blanco con diamantes.
Fecha septiembre. 3400es. Todos los pagos hechos con la tarjeta de crédito compartida. La tarjeta que Camila y Ricardo usaban para los gastos del hogar. El primo Javier revisó fotos impresas en papel fotográfico. Ricardo y la misma mujer en Tlaquepaque comprando artesanías, en Chapala caminando por el lago. En Masamitla en una cabaña rústica de madera. Cada foto tenía fecha y hora en la esquina inferior derecha. La abuela Remedios abrió su carpeta con manos lentas. Dentro había una carta escrita a mano.
La letra era de mujer, decía Ricardo. Gracias por estos 8 meses. Sé que ha sido difícil para ti seguir fingiendo con ella, pero pronto seremos libres. Pronto podremos estar juntos sin escondernos. Te amo, tu Sofía. La abuela cerró los ojos y comenzó a rezar en voz baja. Santa María, madre de Dios. El comedor estaba sumido en un silencio pesado, roto solo por el sonido de las hojas al pasar, de las fotos al moverse, de las respiraciones contenidas.
Ricardo se había puesto completamente pálido. Miraba las carpetas abiertas en la mesa como si fueran serpientes venenosas. Camila, yo puedo explicar. No lo interrumpió ella todavía de pie con la última carpeta en sus manos. Ya no hay nada que explicar. Abrió esa carpeta final, era la más gruesa. La colocó en el centro de la mesa donde todos podían verla. Adentro había más pruebas: Extractos bancarios mostrando retiros grandes de efectivo, facturas de regalos caros, reservaciones de restaurantes románticos.
Todo fechado, todo documentado, todo real. Y en la última página foto diferente. Era del departamento que Camila y Ricardo compartían en la colonia americana. La foto mostraba su recámara, su cama matrimonial con el edredón de flores que Camila había comprado en el mercado de San Juan de Dios. Y en esa cama estaban Ricardo y la mujer del cabello castaño, abrazados, dormidos, en plena tarde. La foto estaba tomada desde la puerta del cuarto. La que había tomado esa foto había sido Camila.