ÉL ME PIDIÓ EL DIVORCIO EN NAVIDAD. SU FAMILIA APLAUDIÓ HASTA QUE PROBARON SU PROPIO VENENO…

Camila cerró los ojos por un segundo. Respiró hondo. Sintió el peso de su bolsa de piel café colgando del respaldo de su silla. Dentro estaban ocho carpetas, ocho verdades, ocho bombas. Familia, comenzó Ricardo poniéndose de pie. Sé que esta noche es especial. Sé que estamos aquí para celebrar, pero hay algo que necesito decir, algo que he guardado mucho tiempo. Doña Hortensia frunció el ceño. Las tías dejaron de masticar. Los primos mayores se miraron entre sí. Ricardo puso una mano sobre el hombro de Camila.

Ella no se movió. Durante estos últimos años he intentado. De verdad que lo intenté, pero ya no puedo más. Esta relación ya no funciona. Un murmullo recorrió la mesa. Por eso, continuó Ricardo apretándole el hombro con fuerza. Quiero divorciarme de Camila. El silencio duró exactamente 3 segundos y entonces la tía Lupita comenzó a aplaudir. Luego el primo Javier, después doña Hortensia. Uno por uno, casi toda la familia Mendoza aplaudió. Algunos hasta sonreían. La abuela Remedios asintió con aprobación.

Don Arturo dio una palmada en la espalda de su hijo. “Ya era hora, mi hijo”, dijo el padre. “Esa mujer te tenía controlado. Siempre supe que no era buena para ti”, añadió una de las tías. Camila los miró a todos. Sus rostros, sus sonrisas, sus aplausos y algo dentro de ella, algo que había estado roto durante seis meses, finalmente se endureció como acero. Dejó que aplaudieran, dejó que celebraran, dejó que Ricardo disfrutara su momento de gloria, porque sabía que en 5 minutos esa misma familia estaría destrozada.

Ricardo sacó unos papeles doblados del bolsillo de su camisa blanca, los puso sobre la mesa. Ya tengo los documentos, solo necesito que firmes, Camila, y podemos terminar esto en paz. Ella miró los papeles, levantó la vista hacia él, luego hacia la familia que seguía sonriendo y finalmente habló. Su voz salió calmada, firme, sin un rastro de llanto. Claro, Ricardo, voy a firmar. Él parpadeó sorprendido por lo fácil que había sido. Pero antes Camila se levantó despacio tomando su bolsa.

Creo que tu familia merece conocer la verdad. El comedor se quedó en silencio. Camila abrió la bolsa y sacó las ocho carpetas de cartón Manila. Cada una tenía un nombre escrito con plumón negro. Doña Hortensia, don Arturo, tía Lupita, primo Javier, abuela Remedios. ¿Qué es eso?, preguntó Ricardo y por primera vez esa noche su voz tembló. Camila comenzó a repartir las carpetas por la mesa, una por una, colocándolas frente a cada miembro de la familia. Ábrelas”, dijo simplemente doña Hortensia fue la primera en abrir su carpeta.

Sus manos arrugadas temblaron cuando vio la primera fotografía. Era Ricardo besando a una mujer de cabello castaño claro en la entrada de un hotel en Puerto Vallarta. La segunda foto los mostraba abrazados en el malecón con el atardecer de fondo. La tercera era peor, entrando juntos a una habitación, las manos entrelazadas. La cuarta foto hizo que doña Hortensia soltara un gemido ahogado. Ricardo y esa mujer en la cama de un hotel dormidos, medio desnudos. La sábana blanca los cubría apenas.

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