
El marido la llevó a una cabaña abandonada para morir, pero allí tuvo un encuentro inesperado
—¡Dasha!
—Dasha, ¿no tienes miedo de estar aquí? ¿Y si vienen animales?
—¿Qué animales? —bufó la niña—. ¡A este bosque no viene nadie, solo los erizos!
Y con esas palabras salió por la puerta como si tuviera alas en los hombros.
“Confiar en una niña… eso es una locura”, pensó Larisa, cerrando los ojos. “Correrá por el bosque, se encontrará con una ardilla o ese erizo —y se olvidará de mí…”
Empezaba a quedarse dormida cuando un susurro la despertó:
—¿Papá, está muerta?
—No, cariño. Solo está dormida.
Larisa abrió los ojos de golpe.
—¡Dasha! ¡Has vuelto!
La cabaña estaba débilmente iluminada y no podía distinguir el rostro del hombre.
—Hola. Siento que las cosas hayan salido así…
—Está bien. ¿Puedes ponerte de pie? ¿Salir afuera?
—Yo… no estoy segura.
El hombre le tocó la frente con la palma de la mano, y una calidez se extendió por su cuerpo como el sol de primavera tras un largo invierno.
—Puedes. Te lo prometo.
¡Y realmente pudo! Con su ayuda, se puso de pie, dio unos pasos inseguros. Afuera de la cabaña había… ¿una moto con sidecar? Su visión se nublaba, las piernas le temblaban, pero unas manos fuertes la sostuvieron y la colocaron suavemente en el sidecar.
A dónde iban y cuánto tiempo tardaron —Larisa no lo recordaba. Solo volvió en sí al sentir los baches, vio estrellas arriba —y volvió a caer en la oscuridad.