El jefe encubierto compra un sándwich en su propio restaurante y se queda helado cuando escucha a dos cajeras…

Jordan era un millonario hecho a sí mismo. Su restaurante había crecido de un simple food truck a una cadena en toda la ciudad durante 10 años.

Era una fresca mañana de lunes cuando Jordan Ellis, dueño de Ellis Eats Diner, bajó de su SUV negro vestido con jeans, una sudadera con capucha descolorida y un gorro de lana calado hasta la frente. Normalmente usaba trajes a medida y zapatos caros, pero ese día parecía un hombre común de mediana edad, incluso un indigente para algunos. Y eso era exactamente lo que quería.

Jordan era un millonario hecho por sí mismo. Su restaurante había pasado de ser un solo camión de comida a una cadena reconocida en toda la ciudad. Pero últimamente, las quejas de los clientes empezaban a acumularse: servicio lento, empleados groseros e incluso rumores de maltrato. Las reseñas en línea habían pasado de ser brillantes cinco estrellas a comentarios amargos.

En lugar de enviar espías corporativos o instalar más cámaras, Jordan decidió hacer lo que no había hecho en años: entrar en su propio negocio como un cliente cualquiera.

Eligió la sucursal del centro, la primera que había abierto, donde su madre solía ayudar horneando pasteles. Al cruzar la calle, sintió el bullicio de los autos y de los transeúntes matutinos. El olor a tocino chisporroteando flotaba en el aire. Su corazón se aceleró.

Dentro del local, lo recibieron los mismos asientos rojos y el piso ajedrezado de siempre. No había cambiado mucho. Pero las caras sí.

Detrás del mostrador había dos cajeras. Una era una joven delgada con un delantal rosa, mascando chicle ruidosamente y revisando su teléfono. La otra era mayor, más robusta, con ojos cansados y una placa que decía “Denise”. Ninguna se dio cuenta de que había entrado.

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