Él invitó a su asistente al baile y sus amigos rieron, pero cuando ella llegó, nadie volvió a hacerlo. En serio vas a llevar a tu secretaria. Ricardo Mendoza casi se ahoga con su copa de vino mientras sus carcajadas resuenan por todo el salón privado del club de industriales. Sus ojos brillan con diversión cruel.
Diego, hermano, ¿qué dirá tu papá cuando vea llegar a tu empleadita con un vestido de Liverpool? Diego Castillo aprieta los puños bajo la mesa de Caoba. Las risas de sus amigos lo rodean como llenas atacando a su presa. El eco de sus burlas rebota en las paredes forradas de madera del club más exclusivo de Polanco.
No es mi secretaria, es mi asistente personal, responde Diego tratando de mantener la calma y conoce mejor que nadie cómo funciona el evento. Asistente personal. Ricardo se limpia las lágrimas de risa. Así le dicen ahora. Imagínate cuando llegue al baile de gala. Todos los empresarios importantes van a estar ahí. ¿Qué van a pensar cuando vean al heredero de Hoteles Castillo con con una mujer trabajadora y inteligente? Interrumpe Diego su voz más firme.

El silencio se hace pesado. Los cinco hombres sentados alrededor de la mesa lo miran como si hubiera perdido la razón. Ricardo se inclina hacia adelante, su tono ahora más serio. Diego, escúchame bien. Somos amigos desde niños, ¿verdad? Tu familia tiene un nombre que cuidar. El baile de gala no es cualquier fiesta.
Van a estar los Herrera, los Montemayor, todas las familias importantes de México. Y tú vas a llegar con tu empleada. ¿Y qué tiene de malo? Diego se pone de pie. Su silla chirría contra el piso de mármol. Ustedes ni siquiera la conocen. No necesitamos conocerla, dice Fernando Quiroga, otro de sus amigos, ajustándose los gemelos de oro.
Sabemos de dónde viene. Apuesto a que vive en alguna colonia del sur, mantiene a toda su familia y nunca ha pisado un evento como este. Diego siente la rabia subir por su garganta. Cada palabra es como una bofetada, no solo hacia él, sino hacia Sofía, una mujer que todos los días demuestra más clase y elegancia.
que cualquiera de estos hombres. ¿Saben qué? Tienen razón, dice finalmente su voz cargada de sarcasmo. Voy a invitar a Sofía Morales al baile de gala y cuando la vean se van a tragar todas sus palabras. Las risas explotan otra vez. Ricardo aplaude lentamente como si fuera una broma muy divertida. Perfecto.
No puedo esperar a ver esto, pero cuando tu papá te desherede, no vengas llorando conmigo. Diego sale del club sin despedirse. El sonido de sus carcajadas siguiéndolo hasta el estacionamiento. El balet le trae su BM dulve y negro, pero él apenas lo nota. Su mente está en otro lugar, en una oficina del piso 22, donde una mujer de cabello castaño y ojos inteligentes maneja su agenda mejor que él mismo. Dos horas después, Diego regresa a las oficinas de hoteles Castillo en Polanco.
Las torres de cristal y acero se elevan hacia el cielo como monumentos al éxito empresarial, pero hoy todo le parece frío e impersonal. Sofía está en su escritorio ubicado justo fuera de la oficina principal de Diego. Habla por teléfono en japonés, tomando notas rápidas mientras resuelve algún problema con los huéspedes del hotel de Cancún.
Su profesionalismo es evidente en cada gesto, en cada palabra medida. Ha wakarimasta sugunayou y tash dice antes de colgar. Luego levanta la vista hacia Diego con una sonrisa educada. Buenas tardes, señor Castillo. Los clientes japoneses del hotel Riviera ya están conformes con el cambio de suite. También confirmé su cita de mañana con los inversionistas coreanos y moví la junta de presupuestos para el viernes.
Diego la observa con nueva atención. Sofía lleva un traje sastre gris que aunque claramente no es de diseñador, le queda perfecto. Su cabello está recogido en un chongo elegante y su maquillaje es sutil pero impecable. Habla cuatro idiomas, maneja clientes millonarios y resuelve crisis como si fuera lo más natural del mundo.
Sofía, necesito hablar contigo dice Diego señalando hacia su oficina. Ella toma su libreta y lo sigue. La oficina de Diego tiene ventanales que dan a toda la ciudad. Desde aquí se puede ver el zócalo, el palacio de bellas artes, los rascacielos de Santa Fe. Es un recordatorio constante del imperio que un día heredará.
¿Pasó algo con algún cliente? Pregunta Sofía sentándose frente al escritorio de Caoba. No, no es trabajo. Diego se acomoda en su silla de repente nervioso. Es sobre el baile de gala del viernes. Los ojos de Sofía se iluminan ligeramente. Ha trabajado durante semanas. organizando cada detalle del evento más importante del año para la empresa.
¿Algún problema con la lista de invitados o con el menú? ¿Puedo llamar al chef ahora mismo? Si no, Sofía. Todo está perfecto como siempre. Diego hace una pausa. Quería preguntarte si si te gustaría acompañarme al baile. El silencio llena la oficina. Sofía parpadea varias veces como si no hubiera entendido bien. Disculpe, como mi acompañante.
Al baile de gala, Diego se inclina hacia adelante. Conoces a todos los invitados importantes. Sabes manejar cualquier situación que se presente. Serías la compañía perfecta. Sofía se queda callada un momento muy largo. Sus manos juegan nerviosamente con la libreta. Señor Castillo, agradezco la invitación, pero creo que no es apropiado.
Yo soy su empleada y eres mucho más que eso, interrumpe Diego. Eres la persona más capaz que conozco y además la empresa cubriría todos los gastos, el vestido, el peinado, todo lo que necesites. No se trata del dinero, dice Sofía suavemente. Bueno, no solo de eso, es que no pertenezco a ese mundo.
Los otros invitados se van a dar cuenta inmediatamente. Darse cuenta de que de que no soy como ellos. Sofía baja la vista. Vivo en Shochimilco. Mantengo a mi mamá y a mi hermano. Trabajo porque necesito el dinero, no porque quiera desarrollarme profesionalmente o porque mi papá me puso la empresa en las manos.
Sus palabras son como una bofetada para Diego, pero no de enojo, sino de reconocimiento. Sofía acaba de describir exactamente la diferencia entre ellos dos, entre sus mundos. Por favor, considéralo dice Diego finalmente. Solo piénsalo. Sofía asiente lentamente y se levanta para irse, pero al llegar a la puerta se detiene.