Sabía que tarde o temprano la verdad saldría a la luz. Y cuando eso pasara, podía perderlo todo: su empleo, su sustento, y hasta el respeto del chico que confiaba en ella. Lo que nadie imaginaba era que muy pronto llegaría un examen decisivo. El colegio organizaría una competencia académica entre alumnos, y Julián estaba inscrito por obligación.
Si fracasaba, Don Ricardo pensaba enviarlo a un internado en el extranjero. El joven estaba aterrado, pero Camila lo miró con firmeza. “No tengas miedo. Si confías en ti, puedes lograrlo”. Lo que ninguno de los dos sabía es que esa competencia no solo pondría a prueba a Julián… también revelaría el secreto mejor guardado de Camila.
El día de la competencia académica llegó más rápido de lo que Julián hubiera querido. El gimnasio de la escuela estaba lleno de alumnos, maestros y padres orgullosos. Había un murmullo de emoción en el aire, como si fuera un partido de fútbol, pero en lugar de balones habría preguntas de lógica, matemáticas y ciencias.
Para Don Ricardo, era una oportunidad de limpiar el apellido de la vergüenza. Para Julián, era el miedo de quedar en ridículo frente a todos. Camila, desde el fondo del salón, se coló como invitada. Había convencido a una de las cocineras de la escuela para ayudar con el servicio de refrigerios y así poder observar a Julián en secreto.
Llevaba el uniforme sencillo y una bandeja en las manos, pero sus ojos estaban fijos en el muchacho. Sabía que él había progresado mucho, pero también sabía lo cruel que podía ser un error en ese ambiente. La primera ronda fue sencilla. Julián respondió con nerviosismo pero acertó. Algunos compañeros lo miraron extrañados: no estaban acostumbrados a que él levantara la mano.
Don Ricardo sonrió satisfecho, como si al fin su dinero estuviera dando frutos. Sin embargo, en la segunda ronda, las preguntas se complicaron. Julián se bloqueó frente a un problema de geometría. Desde el fondo, Camila respiró hondo y apenas movió los labios, susurrando la clave que habían practicado: “Piensa en triángulos dentro de triángulos”. Julián recordó de inmediato la explicación con las baldosas del suelo.
Sonrió para sí y dio la respuesta correcta. El jurado lo felicitó y el público aplaudió. Don Ricardo infló el pecho de orgullo, pero un hombre sentado a su lado frunció el ceño. Era el profesor de matemáticas, que no entendía cómo Julián había cambiado tanto en pocas semanas. Cuando vio la mirada de Julián dirigirse discretamente hacia la zona de servicio, donde Camila fingía acomodar vasos, empezó a sospechar. La competencia siguió.
Julián, aunque nervioso, se superaba en cada prueba. Llegó incluso a la final contra uno de los mejores alumnos de la escuela. Don Ricardo casi no podía creerlo: el hijo que siempre lo avergonzaba ahora estaba a punto de brillar delante de todos. Pero la tensión llegó a su punto máximo con la última pregunta. Era un problema de álgebra avanzado, diseñado para que la mayoría fallara.
Julián tragó saliva, miró la pizarra y sintió que todo se borraba de su mente. En ese instante, buscó con la mirada a Camila. Ella lo observaba fija, sin hablar. Solo hizo un gesto con las manos, como si dibujara un cuadrado en el aire. Julián entendió: había una forma más sencilla de resolverlo. Y lo logró.