Incluso Andrew permaneció inmóvil, incapaz de comprender cómo un simple niño había tenido éxito donde él, con todo su dinero, había fracasado.
Cuando alguien le preguntó a Jamal cómo lo hacía, simplemente respondió:
“Mi hermano pequeño también tiene TDAH. A veces no necesita que le digan que pare… solo necesita concentrarse en algo”.
Estas palabras le llegaron al corazón a Andrew. Comprendió que este chico —sin riquezas ni privilegios— acababa de darle una lección de amor y paciencia.
Donde él solo había ofrecido regalos, Jamal le había ofrecido atención.
Durante el resto del vuelo, Daniel permaneció tranquilo, cautivado por el cubo.
Jamal se sentó a su lado, animándolo con dulzura.
Risas sinceras reemplazaron los gritos.
Para cuando el avión inició su descenso hacia Nueva York, la atmósfera había cambiado. Los rostros tensos se habían relajado.
Estaban presenciando el nacimiento de una amistad improbable y la transformación silenciosa de un padre.
Andrew miró a Jamal con una mezcla de gratitud y vergüenza.
El chico llevaba zapatillas desgastadas, y su bolso colgaba de una sola correa.
Pero tenía lo que todo su dinero jamás podría comprar: empatía.
Cuando llegó la hora de bajar, Andrew sacó un billete de cien dólares y se lo entregó a Jamal.
“Toma, hijo. Me has hecho un gran favor. Toma esto”.