Jamal negó con la cabeza.
“No, señor. No quiero dinero. Solo quería ayudar.”
Sonrió y regresó con su madre.
Andrew se quedó paralizado.
Nadie le negaba nada jamás, y menos a un niño.
Pero ese “no” fue la mayor sorpresa de su vida.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió respeto.
Se arrodilló.
Se paró frente a Daniel y dijo en voz baja:
“Creo que he estado haciendo las cosas mal durante mucho tiempo. He gastado tanto dinero intentando arreglar lo que solo el amor puede sanar. Jamal… gracias por recordármelo.”
Jamal se encogió de hombros con una sonrisa.
“A veces simplemente hay que escuchar.”
Cuando los Whitmore bajaron del avión, Daniel sostuvo el Cubo de Rubik contra él como si fuera un tesoro.
Andrew los siguió, con el corazón encogido.
Vio a Jamal y a su madre desaparecer entre la multitud, de la mano.
Ese día, un millonario aprendió el valor de la verdadera riqueza.
No se medía en dinero, sino en actos de bondad, como los que un niño desconocido le había mostrado a 10.000 metros de altura.