El Grito de las Lomas

Marcus respiró hondo. El aire de la habitación era pesado, cargado de los años de dolor acumulado. Su mano tembló. No tocó la manija de la cuna. Tocó la puerta sellada. La madera pulida estaba fría bajo su palma.

“¿Y si…?” La pregunta se ahogó en su garganta. No pudo terminarla.

“Si es un recuerdo difícil, lo será. Pero será real,” terminó Rosa. “Los gritos de Sebastián son el sonido de su corazón intentando respirar, Señor. Si no abre esa puerta, él vivirá en ese grito para siempre. Usted, con todo su dinero, no puede comprarle un corazón que funcione.”

El hombre de negocios. El estratega financiero. Se desmoronó.

Marcus se dio la vuelta. Se acercó a Rosa, pero no la miró a ella. Miró a su hijo durmiendo. Vio la paz que ella había traído. Vio su fracaso.

“¿Qué tengo que hacer, Rosa?” Su voz era un hilo. La pregunta no era para una empleada. Era para una sanadora.

“Ábrala. Con él.”

La acción fue lenta, deliberada. Marcus caminó hacia la puerta. Sacó una llave de su bolsillo interior. No era una llave ordinaria. Era vieja, de latón. El tipo de llave que guarda más que objetos. Guarda juramentos.

La insertó en el cerrojo pesado. El clic resonó en el cuarto. Era un sonido pequeño, pero se sintió como una explosión en la mansión silenciosa. El sonido de algo roto que finalmente se libera.

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