El muro que su madre construyó en su mente empezaba a resquebrajarse. Lo vi en sus ojos. Quería odiarme, pero una parte de ella quería creerme.
—Si eres mi padre, ¿por qué no estuviste conmigo todos estos años? —preguntó con voz quebrada.
Las lágrimas me ardieron en los ojos.
—Porque tu madre me lo impidió. Cambió tu apellido, se escondió, huyó como una ladrona. Yo te busqué, Fernanda. Te busqué hasta que me quedé sin nada.
Capítulo 8: La sombra de Ana
Esa noche me dejaron en una celda. Ella se quedó afuera, mirando desde la ventana con un torbellino en los ojos.
Al amanecer, me llevaron a declarar. El fiscal, sorprendido, me preguntó si quería denunciar algo. Y entonces lo conté todo: la desaparición de mi hija en 1993, la huida de Ana, los investigadores privados, los documentos judiciales olvidados en archivos polvorientos.
Fernanda escuchaba desde la esquina. Su rostro era un campo de batalla entre el deber y la sangre.
Capítulo 9: Las pruebas
No bastaba con mis palabras. Lo sabía. Así que pedí una prueba de ADN. La oficial López —mi hija— se resistió al principio, pero aceptó.
Los días de espera fueron los más largos de mi vida. Recordé cada cumpleaños perdido, cada Navidad en soledad, cada noche hablando con su foto descolorida.
Y al fin, el resultado llegó: 99.9% de compatibilidad.
Capítulo 10: La verdad revelada
Cuando Fernanda lo leyó, sus piernas flaquearon. Se dejó caer en una silla y me miró con ojos enrojecidos.
—Treinta y un años… ¿Dónde estabas?
—Aquí. Buscándote. Siempre buscándote.
Ella sollozó, tapándose el rostro. Yo, con las manos temblorosas, solo pude ponerme de rodillas frente a ella.
—Perdóname por no haberte encontrado antes.
Y entonces, por primera vez en treinta y un años, me llamó:
—Papá…
Capítulo 11: El reencuentro