El día que mi hija se casó

Mila estaba cerca, en silencio, pero sentí que su espalda comenzaba a enderezarse. Sus lágrimas se estaban secando. Su mirada se profundizó.

Tomé el uniforme de sirvienta de las manos de Roman y lo coloqué con cuidado sobre la mesa.

“Y esto”, dije, “es un símbolo de cómo tu familia ve a mi hija. Y ahora que todo el salón ha visto tus verdaderas intenciones, actuaremos de otra manera.”

Di un paso al frente.

“Mila.” Me volví hacia ella. “¿Quieres continuar con esta boda? ¿Con este matrimonio?”

Se secó las lágrimas de las mejillas con mano temblorosa. Miró a Roman. Su mirada vacía. Su confusión. Su madre, que ya había empezado a gritarle, exigiéndole que “hiciera algo”.

Luego me miró a mí.

Y dijo en voz baja:

“No”.

Se oyó un murmullo en el pasillo y alguien se tapó la boca.

Roman dio un paso hacia ella, intentando decir algo, pero Mila levantó la mano.

“No te atrevas a tocarme. Ni siquiera notaste que me dolía. Te reías. Con ella”.

Abrió la boca, pero no le salieron las palabras.

Me volví hacia el maestro de ceremonias.

“Por favor, anuncia… que la boda se cancela”.

El maestro de ceremonias, pálido como una pared, asintió.

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