El aniversario de Lydia fue tranquilo y al mismo tiempo

En ese momento, la tarta con la inscripción «¡Feliz Aniversario, Lida!» parecía más que un simple postre de celebración; era un símbolo del comienzo de una nueva etapa. Mikhail se dio cuenta de que treinta años de matrimonio le habían enseñado no solo a apreciarla, sino también a respetarla.

Mikhail seguía de pie, sosteniendo los sobres y documentos en sus manos. Su habitual seguridad y arrogancia se desvanecieron, como si se hubieran esfumado. Se sentía como un niño al que le muestran por primera vez que el mundo es mucho más complejo de lo que creía. Lida se acercó, y su mirada era dulce pero penetrante.

—Misha —dijo en voz baja, pero cada palabra estaba cargada de fuerza—. Todo este tiempo, pensaste que era ingenua. Que era estúpida. Que solo estaba aquí para cocinar borscht y fingir que me gustaban tus chistes. Pero treinta años… Treinta años de aprendizaje. Aprendí a verte, a comprenderte y, lo más importante, a verme a mí misma.

Hizo una pausa, y el silencio inundó la habitación. Incluso las velas del pastel parecieron congelarse, reflejando ese momento. Mikhail sintió un vuelco en el corazón: por primera vez en su vida, se encontraba frente a una mujer que lo conocía mejor de lo que él creía.

—No solo sabía lo que pensabas de mí —continuó Lida—, sino que entendía por qué lo pensabas. Y decidí que era hora de que vieras la verdad.

Dicho esto, levantó otro sobre. Era más grueso que los anteriores, con los bordes cuidadosamente recortados, como si alguien lo hubiera preparado con esmero durante años. Mikhail lo abrió y sus ojos se abrieron de par en par. Había fotografías, cartas, recuerdos: todos los momentos de su vida que él había considerado triviales u olvidados. Cada detalle —desde cómo le cosía las camisas en su juventud hasta cómo soportaba sus duras palabras en las fiestas— estaba registrado, conservado, revivido y transformado en un testimonio de su fortaleza.

—Guardé todo esto —dijo Lida—, no por venganza, no para humillarte. Lo guardé para mostrarte que a tu lado había más que una mujer silenciosa. Yo era tu igual.

En ese instante, Mikhail sintió que el mundo a su alrededor se contraía y se expandía al mismo tiempo. Recordaba todas sus “bromas”, todas sus burlas, todas las veces que la había considerado “tonta”. Y de repente lo comprendió: tras esa sonrisa serena, tras cada gesto silencioso, yacían una sabiduría y una fortaleza increíbles.

Los invitados permanecían en silencio, sin aliento. Algunos contenían las lágrimas, otros susurraban entre sí: “Ella… ella realmente lo hizo”. El ambiente era tenso, casi mágico.

Lida finalmente dejó el sobre sobre la mesa y miró a Mikhail con una leve sonrisa.

“No quiero que vuelvas a pensar en mí como alguien que ‘solo prepara borscht’. Hoy viste mi verdadero yo. Y si estás listo, Misha, podemos comenzar una nueva etapa en nuestras vidas: con honestidad, abiertamente y juntos”.

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