El abuelo cuida todos los días de su nieta de 10 años; un día, cuando ella fue a visitarlo, una vecina vio algo extraño, se asustó y llamó a la policía.
Diez minutos después, la policía y la ambulancia llegaron corriendo. El callejón entero se sumió en el caos. Los curiosos se agolparon, murmurando con sospecha:
—“¿Acaso ese anciano le hizo algo a la niña?”
—“Dios mío, esto se ve muy mal…”
La puerta se abrió. Ante sus ojos, el señor Babulal sostenía a Anaya en brazos; su rostro estaba empapado en sudor y sus ojos enrojecidos. Al ver a los médicos y a la policía, gritó desesperado:
—“¡Salven a mi niña! Está inconsciente desde la mañana, la he sacudido y no despierta.”
El personal médico la revisó rápidamente. Minutos después, respiraron aliviados:
—“La niña tiene hipoglucemia grave, hay que llevarla de inmediato al hospital.”
La multitud quedó atónita. Las sospechas se transformaron en vergüenza. Todos se miraban, arrepentidos por haber pensado mal del anciano.
De los ojos de Babulal brotaron lágrimas. Temblando, siguió la camilla:
—“Soy pobre, no tengo dinero para comprarle comida nutritiva… esta mañana me dijo que estaba llena, pensé que era cierto, ¿cómo iba a imaginarme esto…?”
En el hospital universitario KGMU de Lucknow, tras recibir atención de urgencia a tiempo, Anaya recuperó poco a poco la conciencia. La niña abrió los ojos cansados, miró a su abuelo y susurró:
—“No llores, estoy bien… solo estoy cansada.”