Ella lo abrazó con fuerza. Su garganta se cerró:
—“El abuelo estaba muy asustado… pensé que te había perdido. Abuelo, estoy sola contigo…”
El médico explicó: Anaya sufría de diabetes tipo 1 congénita, necesitaba una dieta especial y control constante de la glucosa en sangre; de lo contrario, la hipoglucemia grave era inevitable. Al escucharlo, Babulal quedó atónito: era anciano, débil, pobre, y ahora enfrentaba la enfermedad de su nieta, que complicaba aún más las cosas.
En ese momento, la señora Lata dio un paso adelante y le tomó la mano con firmeza:
—“Perdóname por la confusión… pero gracias a Dios la ambulancia llegó a tiempo. A partir de ahora no estarás solo. Todo el barrio cuidará de ella.”
Él la miró y vio la seriedad en sus ojos. Asintió levemente; sus ojos seguían húmedos, pero en su corazón sintió calor.
Después de aquel incidente, los vecinos empezaron a volcar aún más cariño en Anaya: unos dieron arroz, otros dinero; el farmacéutico entregó tiras para medir la glucosa, la trabajadora social explicó cómo actuar ante la hipoglucemia; la escuela organizó comidas especiales y capacitó a los maestros para reconocer los síntomas y reaccionar a tiempo.
Con el tiempo, la historia se calmó, pero cada vez que la señora Lata recordaba sus sospechas iniciales, se estremecía. Les decía a los vecinos:
—“A veces es fácil pensar mal de los demás. Pero el amor de Babulal por su nieta… eso no se puede negar.”
Desde entonces, la imagen del abuelo encorvado llevando de la mano a su nieta a la escuela se convirtió en un símbolo entrañable en aquel callejón. Y aquella llamada al 112 “por una confusión” no solo salvó la vida de Anaya, sino que fortaleció aún más los lazos del vecindario.