Brenda condujo a Camila a una sala elegante.
—Me alegra que vinieras —dijo suave—. Te pareces mucho a tu madre de joven, aunque creo que tú tienes más carácter.
Camila no dijo nada. Estaba nerviosa, pero entera.
—¿Qué es esto? ¿Por qué me buscó?
Brenda le sirvió agua.
—Porque veo potencial. No quiero que te apagues en ese barrio, entre herramientas y costuras. Podrías estudiar afuera, viajar, empezar tu negocio. Para eso hace falta alguien que crea en ti, con recursos, y sin rencores.
—¿Y qué quiere a cambio?
Brenda sonrió.
—Tu confianza. Y que no sigas los pasos de tu madre. Ella eligió la pobreza. Tú puedes elegir distinto.
Camila bajó la mirada.
—Mi mamá no eligió la pobreza. Se la impusieron.
Brenda se acercó con cuidado.
—¿Segura? ¿Nunca te preguntaste por qué firmó tantos papeles sin leer? ¿Por qué aceptó vivir con un hombre como Damián… cómplice de tu padre?
Camila abrió los ojos.
—¿Cómo sabe eso?
—Porque yo estaba allí. Y créeme: en esa casa nadie es tan inocente como parece.
Afuera, Magdalena no aguantó más. Cruzó la calle y golpeó el portón con fuerza. Brenda abrió con su sonrisa falsa.
—Qué sorpresa. ¿Vienes por tu hija o por explicaciones?
—Vengo a decirte que si vuelves a acercarte a cualquiera de mis hijos, no habrá fiscalía que te proteja.
Camila apareció detrás, confundida y herida.
—Vámonos —ordenó Magdalena, tranquila.
Brenda no se movió:
—Tarde o temprano, Camila entenderá que contigo solo tiene techo… pero no futuro.
—Prefiero un techo con dignidad que uno con trampas —dijo Camila, pasando entre ambas—. No necesito lo que vendes.
Brenda la miró alejarse. Magdalena la siguió sin voltear. Aquella escena dejó una marca: Brenda no cedería, y aunque Camila fue firme, esa noche dormiría con una duda enterrada: ¿y si su madre sí ocultaba cosas?
Mientras tanto, en fiscalía, Ernesto firmaba su última declaración. Casi no hablaba: entregaba documentos, fechas, nombres. Rubén le puso delante un dato nuevo:
—Tenemos rastro de cuentas ocultas en Querétaro. Una transferencia grande a nombre de una mujer, alias B. Ramírez.
Ernesto cerró los ojos. Sabía que ella había vuelto.
—¿Por qué lo hace?
—Porque no puede vivir sin sentirse por encima. No sabe lo que busca: solo quiere arruinar lo poco que queda.
Rubén guardó los papeles.
—Y ese “poco”… es tu hija.
Ernesto no respondió. Esa noche, en la banca de cemento donde dormía, escribió una carta. No al juez, ni a fiscalía… a Camila. Sabía que Brenda no necesitaba armas: le bastaba con sembrar duda; y en un corazón joven, la duda es más peligrosa que cualquier mentira.