Echó a su esposa y a sus cinco hijos de casa… ¡PERO CUANDO REGRESÓ HUMILLADO, TODO HABÍA CAMBIADO!-CHI

Magdalena bajó del autobús con el cuaderno de Víctor apretado al pecho. El aire en Guadalajara se sentía más pesado, como si la ciudad intuyera lo que estaba por estallar. A su lado, Damián tenía la mirada perdida. No hablaron mucho de vuelta: a veces, cuando el alma va cargada, el silencio es más honesto. Al llegar, los niños los abrazaron entre preguntas. Camila salió al final, seria, como si leyera en los ojos de su madre si todo estaba bien o no.
—¿Cómo les fue? —preguntó sin rodeos.
—Tenemos lo que necesitábamos —respondió Magdalena, acariciándole el cabello.
Damián fue directo al taller. Necesitaba ocupar las manos. Apenas entró, sonó su celular olvidado sobre el banco: mensaje de Rubén. Urgente.
Reunión con fiscal. Mañana 8:00. Traigan todo.
Damián respiró hondo. Era hora.

Al día siguiente llegaron al Ministerio Público con una carpeta llena: pruebas, declaraciones, copias firmadas y el cuaderno de Víctor. Rubén los esperaba, traje oscuro y tensión en el rostro.
—Hoy presentamos todo al fiscal de delitos financieros. Si esto avanza, podrían citar formalmente a Ernesto en 72 horas.
Magdalena y Damián se miraron. No había lugar para celebraciones, solo para la verdad. Entraron. El fiscal, voz profunda y cara imperturbable, revisó documento a documento con atención quirúrgica. No interrumpió; solo tomó notas. Al final, levantó la vista.
—Es grave. Lo que traen no solo implica al señor Villarreal en fraude y falsificación; también hay indicios de lavado.
—Y mi nombre fue el blindaje de todo eso —dijo Magdalena, firme.
—Y el mío lo falsificaron para darle legitimidad —añadió Damián.
El fiscal asintió.
—Vamos a actuar. Prepárense: esta gente no cae sin arrastrar. Si sabe que están detrás, intentará atacar.
—Ya estamos acostumbrados —respondió Magdalena sin titubear.
El fiscal guardó los documentos en una carpeta roja: Prioridad 1.
—Ahora, localizarlo. ¿Alguna idea?
—Sabemos que sigue en Guadalajara —intervino Rubén—. Sin domicilio fijo, quizá durmiendo en la calle.
—¿Qué tan seguros?
—Alguien cercano lo vio hace tres días pidiendo comida en la Glorieta Minerva.
—Entonces lo vamos a encontrar.

Mientras tanto, en un callejón detrás de un súper, Ernesto se protegía del sol. Cara sucia, ropa sudada, uñas negras. Había perdido peso… y dignidad. No hablaba con nadie. No buscó a Brenda. Se resignó al olvido, pero una idea le ardía: Magdalena no pudo llegar tan lejos sin ayuda. Y no se equivocaba.

Esa tarde, cuando se levantó a buscar algo entre la basura, se estacionó un auto negro. Bajaron dos hombres de traje. No hablaron: solo mostraron credenciales.
—Ernesto Villarreal, queda formalmente notificado. Tiene 72 horas para presentarse a declarar en el MP de Guadalajara. De lo contrario, se emitirá orden de aprehensión.
Le entregaron el papel y se fueron. Ernesto se quedó helado. El documento temblaba en su mano. No lo creía: lo habían alcanzado. Magdalena de verdad lo había denunciado. Se sentó en el suelo y leyó una y otra vez. Sintió rabia, frustración… y, sobre todo, una punzada que no sentía desde hacía años: vergüenza.

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