Echó a su esposa y a sus cinco hijos de casa… ¡PERO CUANDO REGRESÓ HUMILLADO, TODO HABÍA CAMBIADO!-CHI


—¿Qué?
—El caso escaló. Hay embargo sobre todas sus cuentas y la fiscalía inició una auditoría interna.
—¿Quién movió eso?
Gálvez sonrió.
—Magdalena. A través de su abogado.
Ernesto palideció.
—Ella no… No tiene con qué.
—Ella no. Pero parece que alguien la respalda. Y están cavando hondo.
—¿Qué quiere decir?
—Que, si fuera usted, me presentaba antes de que lo levanten en la calle.
Ernesto se quedó inmóvil. Por primera vez sintió que no quedaban esquinas. No podía esconderse. Y no sabía que su mayor vergüenza aún estaba por llegar: muy pronto, el único refugio que hallaría sería frente a la puerta de la casa que un día destruyó.

Caminó más de una hora tras encontrarse con Gálvez. Las palabras le retumbaban. No era solo el anuncio de una investigación: era el fin del silencio que le había servido de escudo por años. La noche cayó rápido. Se detuvo frente a una casa sencilla en Santa Teresita. La reconoció: antes fue de un proveedor de confianza. Ahora era una casa de cuartos en renta. Tocó resignado. Una mujer en bata abrió con desgano.
—¿Busca renta?
—Sí, lo que tenga. No tengo referencias, pero puedo pagar una semana.
La mujer lo miró de arriba abajo. Dudó.
—Doscientos por noche, por adelantado.
Ernesto entregó los últimos billetes. Lo llevó a un cuarto con cama individual, ventilador viejo y ventana sin cortinas. Se sentó en el colchón y agachó la cabeza. Esa noche no cenó. No tenía fuerzas ni hambre. Solo pensó en el instante en que todo se fue: cuando dejó de ver a Magdalena como compañera, cuando convirtió a sus hijos en estorbo, cuando dejó que Brenda moviera su empresa como tablero.

Lo que más dolía era recordar el día exacto en que sacó a su familia de la casa. No por necesidad ni traición: por orgullo, porque creyó que podía empezar de nuevo sin ellos. Y ahora, rodeado de paredes cuarteadas, con un par de camisas arrugadas, entendió el peso de su error.

Al día siguiente, en Tlaquepaque, Rubén llegó a casa de Magdalena con noticias nuevas. Había accedido a una carpeta oculta que confirmaba lo temido: Ernesto no solo usó el nombre de Magdalena para mover dinero en empresas fachada; también implicó a Damián en un segundo contrato con documentos falsificados que ampliaban su supuesta responsabilidad.
—Esto es grave —dijo Rubén—. Intentarán usar su vínculo para una acusación conjunta.
—¿Y qué prueba tenemos de que Damián no firmó esa segunda parte? —preguntó Magdalena, fría.
Rubén sacó un sobre.
—La firma está falsificada. Ya lo confirmó el perito. Pero lo más importante es lo que hay en este segundo documento.
Magdalena tomó el papel y leyó en silencio. Al llegar al último párrafo, el rostro le cambió.
—Aquí aparece otro nombre… No lo habíamos visto.

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