Echó a su esposa embarazada por esperar una niña, pero pagó una fortuna para que su amante diera a luz a un niño en una clínica privada. Sin embargo, el mismo día del nacimiento, algo sucedió que cambiaría su destino para siempre.

Pero esa alegría le iba a durar muy poco.

Esa misma tarde, una enfermera lo llamó para firmar unos papeles. Héctor caminó sonriente hacia el área de neonatos.
Al abrir la puerta, el alma se le fue al suelo.

Frente a él, con una mirada fría y severa, estaba Doña Rosario, su suegra.

—“¿Suegra?… ¿Qué hace aquí?”, tartamudeó él, sintiendo cómo el sudor le corría por la espalda.

Ella colocó una caja de leche sobre la mesa y dijo con voz firme:

—“Vine a ver a mi yerno… y al hijo del que tanto presume.”

—“Usted está malinterpretando, doña Rosario… esta muchacha es solo una amiga a la que estoy ayudando…” —intentó justificarse Héctor, nervioso.

Pero ella levantó la mano para hacerlo callar.
Sacó de su bolso un sobre y lo abrió lentamente.

—“¿Sabes qué es esto? Es una prueba de ADN. Le pedí al médico que la hiciera apenas nació el bebé. Y adivina qué… el niño no es tuyo, Héctor.”

El rostro de Héctor se desfiguró. Se quedó helado, sin poder decir palabra.

—“Eso no puede ser… Camila me juró que era mío…”

Doña Rosario soltó una risa amarga, una de esas que duelen más que un grito.

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