“Eché a mi abuela de mi boda porque trajo una bolsa de nueces ‘sucia’ — Dos días después, tras su muerte, la abrí y me derrumbé.”

«¿En serio?», siseé, olvidando con quién hablaba. «Es una bolsa de nueces. Es una boda elegante, abuela. ¿Has traído… esto?». Me oí y redoblé la apuesta. «Me estás avergonzando. Por favor… vete».

Bajó la mirada, como quien aprende a manejar objetos afilados con cuidado. Mi madre lloró. Mi abuela se giró, fue a la puerta y se escabulló tan silenciosamente como un recuerdo.

## Las llamadas que no contesté

Dos días después, la abuela llamó. —¿Has abierto mi regalo, Rachel? —preguntó con una sonrisa paciente. Estaba ocupada. Le dije que le devolvería la llamada.

Esa noche, volvió a llamar. —Abre la bolsa, cariño.

—Deja de molestarme, por favor —le espeté antes de colgar. La semana siguiente, trabajo. Luego un viaje. Luego todo lo demás. Guardé la bolsa en el armario del pasillo, detrás de un paquete de velas. Y llegó la llamada: la que destroza el mundo en una sola frase.

Se había ido.

## El funeral que no merecía

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