Pero me callé, sonreí y seguí sirviendo a los invitados. Poco después de graduarse, Carmen empezó a trabajar en la tienda de ropa donde sigue hasta ahora. También empezó a salir más en serio con Alejandro, un contador joven que había conocido en la universidad. Alejandro venía mucho a la casa, cenaba con nosotras, se quedaba a ver películas, era educado conmigo, pero siempre noté cierta distancia, como si yo fuera la suegra que hay que tolerar. Cuando Carmen me anunció que se iba a casar, me dio mucha alegría, pero también mucho miedo.
Alegría porque veía a mi hija feliz, enamorada, construyendo su propia familia. Miedo porque me daba cuenta de que me iba a quedar sola en esta casa después de haber dedicado toda mi vida a cuidar a otra persona. “Mamá”, me dijo Carmen un día mientras planeábamos la boda. Alejandro y yo hemos estado pensando. Después de casarnos, nos gustaría quedarnos aquí contigo un tiempo mientras juntamos dinero para nuestra propia casa. ¿Te parece bien? Por supuesto que me pareció bien.
La idea de no quedarme sola me aliviaba enormemente. Además, Carmen seguía siendo mi bebé, mi única familia. Tenerla cerca me hacía sentir útil, necesaria. Para la boda saqué todos mis ahorros nuevamente. Pagué el vestido, el salón, la comida, la música, las flores. Carmen quería que fuera una boda elegante, digna, como ella decía. Alejandro no contribuyó mucho económicamente porque decía que estaba empezando su carrera y necesitaba guardar dinero para su futuro. La boda fue hermosa. Carmen se veía radiante.
Alejandro muy guapo en su traje. Bailaron su primera canción como esposos mientras yo los observaba desde mi mesa, sintiéndome orgullosa, pero también nostálgica. Mi niña ya no era solo mía. Ahora tenía que compartirla con otro hombre, con otra familia. Después de la luna de miel, Carmen y Alejandro se mudaron a mi casa temporalmente. Trajeron algunas de sus cosas y se instalaron en el cuarto que había sido de Carmen cuando era soltera. Yo acomodé mis cosas para hacerles espacio.
Cambié mis rutinas para adaptarme a sus horarios. Modifiqué mis hábitos para que ellos se sintieran cómodos. Al principio todo fue bien. Yo cocinaba, ellos comían. Yo limpiaba, ellos ensuciaban, yo pagaba las cuentas, ellos vivían. Era como cuando Carmen era estudiante, pero ahora con Alejandro incluido. Me sentía útil nuevamente, necesaria para la felicidad de mi hija. Pero cuando Carmen se embarazó de José, las cosas empezaron a cambiar. El embarazo la puso muy sensible, muy demandante. Quería comidas especiales a horas específicas.
No soportaba ciertos olores. Necesitaba que la casa estuviera completamente silenciosa cuando ella quería descansar. Alejandro trabajaba tiempo completo, así que toda la responsabilidad de cuidar a Carmen embarazada cayó sobre mí. Dejé mi trabajo de limpieza nocturna para estar disponible para Carmen las 24 horas. Dejé de vender productos de belleza los fines de semana para acompañarla a sus citas médicas. Mi vida se organizó completamente alrededor de su embarazo, de sus necesidades, de sus antojos. Cuando José nació, me convertí en la niñera de tiempo completo.
Carmen había tenido un parto difícil y necesitaba reposo. Alejandro tenía que trabajar para mantener a su nueva familia. Así que yo me hice cargo del bebé. Lo alimentaba, lo bañaba, lo cuidaba cuando lloraba por las noches, lo llevaba al doctor cuando se enfermaba. Durante los primeros dos años de vida de José, prácticamente yo fui su madre principal. Carmen se recuperó del parto, pero se había acostumbrado a que yo me hiciera cargo de todo. Cuando regresó al trabajo medio tiempo, yo seguí cuidando al niño.
Cuando ella llegaba cansada, yo ya había alimentado al bebé, lo había bañado, lo había puesto a dormir. José aprendió a decir mamá antes que abuela, pero prácticamente a mí me veía como su mamá. Yo era quien lo consolaba cuando lloraba, quien lo alimentaba cuando tenía hambre, quien jugaba con él cuando estaba aburrido. Carmen era más como una hermana mayor que llegaba a visitarlo ocasionalmente. Cuando María nació 3 años después, la situación se repitió exactamente igual. Carmen tuvo otro embarazo difícil, otro parto complicado, otra recuperación larga y yo otra vez me convertí en la cuidadora principal de los dos niños.
Para entonces, la situación económica de Carmen y Alejandro no había mejorado. Carmen seguía trabajando medio tiempo en la tienda, ganando muy poco. Alejandro había cambiado de trabajo varias veces, siempre buscando mejores oportunidades que nunca llegaban. Sus ingresos juntos apenas cubrían sus gastos personales, ropa, salidas, gasolina para el auto que Alejandro había comprado a crédito. Todas las cuentas de la casa las seguía pagando yo. Luz, agua, gas, teléfono, cable, internet. Toda la comida la compraba yo, toda la ropa de los niños la pagaba yo, todos los gastos médicos, escolares, de entretenimiento corrían por mi cuenta, pero ellos actuaban como si fuera lo más natural del mundo.