Durante la CENA Mi HIJA Dijo “MI MAMÁ HUELE a PIS!” Me Levanté y la CORRÍ de la CASA!…

Esta mañana desperté diferente, no con tristeza, sino con una claridad que no había sentido en años. Me levanté, hice mi café y me senté a hacer números en mi cuaderno viejo. Sumé mis ahorros, mis inversiones, el valor de esta casa, todo lo que realmente poseo. La cifra que vi me hizo sonreír por primera vez en meses. Ellos no tienen idea de lo que realmente tengo y no tienen idea de lo que estoy a punto de hacer. Carmen salió temprano a trabajar como siempre.

Alejandro se quedó en la casa buscando trabajo en internet como siempre. Los niños se fueron a la escuela y yo me quedé ahí en mi cocina planeando mi libertad porque eso es lo que voy a hacer. Me voy a liberar de esta familia que me ve como una carga. Me voy a liberar de esta vida donde no soy respetada ni valorada. Me voy a liberar de ser la mujer que da todo y no recibe nada a cambio.

Llamé al banco y pedí cita con mi ejecutivo de cuenta, el señor Rafael, que me atiende desde hace más de 10 años. Le dije que necesitaba revisar todas mis inversiones porque estaba considerando hacer algunos cambios importantes. Me dio cita para el lunes próximo. También llamé a mi prima Guadalupe, la única familia que realmente me quiere, y le conté todo lo que estaba pasando. Se puso furiosa y me dijo que podía quedarme en su casa el tiempo que quisiera.

Después llamé al licenciado Enrique, mi abogado, y le pedí una cita urgente. Le expliqué que necesitaba actualizar mi testamento porque mi situación familiar había cambiado. Me dijo que podía recibirme el martes. También empecé a buscar en internet apartamentos pequeños para rentar lejos de aquí en otra colonia donde pueda empezar de nuevo, porque eso es exactamente lo que voy a hacer. Voy a empezar de nuevo a los 67 años voy a demostrarles que no soy la viejita indefensa que creen que soy.

Voy a enseñarles lo que significa realmente perder a alguien que los ama. Voy a mostrarles cómo es la vida sin la mujer que siempre resolvía todo por ellos. Durante el resto de la semana los observé con otros ojos. Alejandro se levantaba tarde, desayunaba lo que yo preparaba, se sentaba en la computadora fingiendo buscar trabajo, comía lo que yo cocinaba, veía televisión y se acostaba. Carmen llegaba cansada de la tienda, se quejaba si la comida no estaba lista, regañaba a los niños por cualquier cosa, se bañaba y se dormía.

Los niños llegaban de la escuela, tiraban las mochilas en cualquier lado, comían lo que yo les servía, hacían tareas y tenían ganas, jugaban videojuegos y se iban a dormir. Ninguno de ellos se preguntaba cómo funcionaba la casa, quién pagaba la luz, el gas, el agua, la comida, los uniformes escolares, los útiles, los paseos, las salidas. Para ellos, todo eso aparecía mágicamente. La comida se hacía sola, las cuentas se pagaban solas, la ropa se lavaba sola. Y en el centro de toda esa magia estaba yo invisible, dada por sentada, menospreciada.

El viernes por la noche tuvimos otra cena familiar desastrosa. Carmen estaba de mal humor porque en la tienda habían tenido poco trabajo y eso significaba menos comisiones. Alejandro estaba frustrado porque no había encontrado nada interesante en su búsqueda de empleo. Los niños estaban inquietos porque querían ir al cine el fin de semana, pero Carmen les había dicho que no había dinero. Yo serví la cena en silencio. Pollo guisado, arroz rojo, frijoles refritos, tortillas recién hechas, todo preparado con mis manos, con mi tiempo, con mi dinero.

Me senté en mi lugar de siempre, al final de la mesa, y empecé a comer sin decir palabra. Fue entonces cuando José, mi nieto de 12 años, hizo un comentario que fue la gota que derramó el vaso. “Abuela, ¿por qué siempre comes en silencio? Pareces fantasma”, dijo riéndose. María se rió también. Carmen sonrió. Alejandro ni siquiera levantó la vista del plato. En ese momento entendí que para ellos yo realmente era un fantasma. Una presencia que daban por sentada que no merecía consideración ni respeto.

Terminé de comer, recogí mi plato y me fui a mi cuarto sin despedirme. Escuché que seguían riendo, probablemente del comentario de José. No me siguieron. No preguntaron si estaba bien, no se disculparon, simplemente continuaron con su vida como si nada hubiera pasado. Esa noche, acostada en mi cama tomé la decisión final. No iba a esperar más. No iba a tolerar más humillaciones. No iba a seguir siendo el fantasma de mi propia casa. El lunes empezaría a ejecutar mi plan.

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