El martes estaría en el despacho del abogado. Para el fin de semana ellos sabrían lo que realmente significa perder a alguien que los amaba. Me dormí esa noche con una sensación extraña. No era tristeza, no era enojo, era paz. La paz de saber que finalmente iba a recuperar mi dignidad. La paz de saber que ya no iba a permitir que me trataran como basura. La paz de saber que muy pronto ellos descubrirían quién realmente sostenía su mundo.
El sábado por la mañana desperté temprano, como siempre. Preparé el desayuno como siempre. Limpié la casa como siempre. Pero por dentro ya no era la misma mujer. Por dentro ya había empezado mi revolución silenciosa, una revolución que ellos ni siquiera podían imaginar. Durante el desayuno, Carmen mencionó casualmente que había hablado con su prima Laura sobre la posibilidad de que yo me fuera a vivir con ella. Dice que tiene un cuarto extra y que le haría compañía, dijo sin mirarme a los ojos.
Podríamos platicar con ella la próxima semana. Alejandro asintió con entusiasmo. Sería bueno para todos. Esperanza tendría compañía de su edad y nosotros podríamos reorganizar la casa. Este cuarto podría ser una oficina para mí. Los niños ni siquiera comentaron. Para ellos que la abuela se fuera era simplemente otro cambio de adultos que no los afectaba directamente. Continué comiendo mi pan tostado con mermelada, sin decir palabra, pero por dentro estaba sonriendo. Ellos creían que me estaban organizando la vida.
No sabían que yo ya había tomado el control de mi destino. Después del desayuno, salí a caminar por el barrio como hago todos los sábados. Pero esta vez mi caminata tenía un propósito diferente. Observé las casas, las calles, la gente. Me despedí mentalmente de este lugar donde viví tantos años. Algunos recuerdos eran hermosos cuando Carmen era pequeña y corríamos por estas mismas banquetas, cuando compramos helados en la esquina, cuando la acompañé a su primer día de escuela.
Pero otros recuerdos eran amargos. Las noches que trabajé hasta muy tarde para pagar esta casa. Las veces que me sacrifiqué para darle lo mejor, los momentos en que ella me gritó siendo adolescente y yo me callé por amor. Regresé a casa con una sensación de cierre. Era hora de cerrar esta etapa de mi vida. Era hora de abrir una nueva una etapa donde yo fuera la protagonista de mi propia historia, no el personaje secundario de la historia de otros.
El domingo por la tarde, mientras todos veían una película en la sala, me quedé en la cocina. organizando papeles importantes que tendría que llevar conmigo: acta de nacimiento, CURP, comprobantes de mis inversiones, escrituras de la casa, documentos del banco. Todo estaba en orden. Todo estaba listo para mi nueva vida. Carmen entró a la cocina para servirse agua y me vio con todos los papeles extendidos en la mesa. ¿Qué haces, ma?, me preguntó con cierta curiosidad, organizando algunos documentos, le respondí sin darle mayor importancia.
¿Para qué? Para tenerlos en orden. Nunca está de más. Se encogió de hombros y se fue. No le interesaba realmente lo que yo estuviera haciendo. Nunca le había interesado y muy pronto se daría cuenta de que debería haberle importado mucho más. Esa noche, antes de acostarme, me paré frente al espejo de mi cuarto y me miré fijamente. Vi a una mujer de 67 años con el cabello canoso, pero bien cuidado, con arrugas que hablaban de años de trabajo y preocupaciones, pero también con ojos que brillaban con una determinación que no había sentido en décadas.
Esperanza, me dije a mi propio reflejo. Mañana comienza tu nueva vida. Mañana dejas de ser la mujer que da todo y recibe humillaciones. Mañana te conviertes en la mujer que toma el control de su destino. Me acosté esa noche sabiendo que era la última vez que dormiría en esta casa como la empleada doméstica de mi propia familia. La próxima vez que durmiera aquí, si es que volvía a hacerlo, sería como la dueña que realmente soy. O mejor aún, tal vez nunca volvería a dormir aquí.
Tal vez mi nueva vida estaría en otro lugar donde me trataran con el respeto que merezco. El lunes llegó como todos los lunes, pero para mí era el día más importante de mi vida. Era el día en que empezaba mi venganza silenciosa. Una venganza que no involucraría gritos ni peleas, sino simplemente la verdad. La verdad sobre quién realmente sostiene esta familia. La verdad sobre lo que van a perder cuando yo ya no esté aquí. Me levanté más temprano que de costumbre.
Preparé el desayuno como siempre y esperé a que todos se fueran. Carmen a trabajar, los niños a la escuela. Alejandro se quedó en casa como de costumbre, pero esta vez cuando él se sentó frente a la computadora, yo me arreglé para salir. ¿A dónde vas? Me preguntó sin mucho interés. Al banco le respondí. Tengo algunas cosas que arreglar. Asintió distraídamente y siguió viendo la pantalla. No se imaginaba que iba al banco a poner en marcha el plan que cambiaría su vida para siempre.