Durante la CENA Mi HIJA Dijo “MI MAMÁ HUELE a PIS!” Me Levanté y la CORRÍ de la CASA!…

No miré hacia atrás, no sentí nostalgia, solo sentí liberación. El taxi que había llamado la noche anterior me estaba esperando en la esquina. Le di la dirección de mi nuevo apartamento y durante el trayecto observé la ciudad despertando, gente saliendo a trabajar, niños camino a la escuela, comerciantes abriendo sus negocios, todo el mundo empezando un nuevo día, igual que yo estaba empezando una nueva vida. Cuando llegamos al edificio, Patricia ya me estaba esperando con las llaves. “¡Qué emocionante”, me dijo con una sonrisa sincera.

“Su nueva vida comienza hoy. Tenía razón. Mi nueva vida comenzaba ese día. Una vida donde yo era la protagonista, no el personaje secundario. Una vida donde mis necesidades importaban tanto como las de los demás. Una vida donde el respeto y el amor no eran favores que tenía que ganar con sacrificios, sino derechos que tenía por el simple hecho de existir. Subí a mi nuevo apartamento y me quedé parada en la sala vacía respirando profundamente. El aire olía a nuevo comienzo, a posibilidades infinitas, a libertad.

Por primera vez en décadas, el futuro era completamente mío. Los muebles llegarían por la tarde. Mientras tanto, me senté en el piso y saqué mi teléfono. Tenía que hacer algunas llamadas importantes. Primero a mi prima Guadalupe para contarle que finalmente había dado el paso, después al banco para confirmar que todas las protecciones estaban en su lugar. Luego al licenciado Enrique para informarle que el plan estaba en marcha, pero antes de hacer cualquier llamada me quedé unos minutos en silencio, absorbiendo la magnitud de lo que había hecho.

A los 67 años había encontrado el valor para cambiar completamente mi vida. Había encontrado la fuerza para decir no más a una situación que me estaba destruyendo lentamente. En unas horas, Carmen, Alejandro y los niños despertarían y encontrarían mi carta. Se darían cuenta de que la mujer invisible finalmente había decidido hacerse visible, pero en su propia vida, no en la de ellos. Descubrirían que la persona que daban por sentada tenía su propia voluntad, sus propios límites, su propia dignidad.

Y yo estaría aquí, en mi nuevo hogar, empezando el resto de mi vida, con la serenidad de saber que finalmente había elegido amarme a mí misma, tanto como había amado a otros durante toda mi vida. Fueron las 8 de la mañana cuando José bajó corriendo las escaleras para desayunar antes de ir a la escuela. Como siempre, esperaba encontrar la mesa puesta, el jugo servido, las quesadillas calientes que yo le preparaba cada mañana, pero la cocina estaba vacía, fría, en silencio.

No había olor a café recién hecho, no había tortillas en el comal, no había movimiento. Mamá, gritó hacia las escaleras. La abuela no hizo el desayuno. Carmen bajó en bata con el cabello revuelto, obviamente molesta por haber sido despertada antes de tiempo. “¿Cómo que no hizo el desayuno?”, murmuró mientras entraba a la cocina. Fue entonces cuando vio mi carta sobre la mesa junto con las llaves y la lista de cuentas. La tomó con curiosidad al principio, pero mientras leía, su expresión cambió completamente.

Sus ojos se abrieron enormes, su boca se abrió ligeramente y las manos le empezaron a temblar. “Alejandro!”, gritó con una voz que nunca le había escuchado. “Alejandro, ven acá inmediatamente.” Alejandro bajó corriendo aún en pijama, pensando que había alguna emergencia. “¿Qué pasa? ¿Por qué gritas?” Carmen le extendió la carta sin poder hablar. Alejandro la leyó en silencio y pude imaginar perfectamente su cara de shock cuando llegó a la parte donde les daba un mes para salir de la casa.

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