Mateo apretó mi mano con tanta fuerza que casi me dolió.
—Mamá… ¿qué hacemos?
Miré hacia la zona donde antes había visto la sombra tras el seto. Ya no había nada. O quizá nunca hubo algo concreto. Pero la sensación de amenaza era real, casi palpable, como si el aire se hubiera vuelto más denso.
Tenía dos opciones: pedir ayuda e interrumpir la boda de mi hermana, arriesgándome a que todo fuese una falsa alarma… o salir discretamente y comprobar por mí misma qué estaba ocurriendo en ese hotel.
Elegí lo segundo.
—Vamos —le dije a Mateo—. Vamos a averiguar quién está detrás de esto.
Y así, con el corazón latiendo a toda velocidad, crucé el arco de flores hacia la noche cálida, sin saber qué nos esperaba al otro lado del camino.
PARTE 3 – (≈520 palabras)
El trayecto hasta el hotel no era largo: apenas cinco minutos caminando por una calle iluminada con farolas antiguas. A cada paso, mi mente saltaba entre hipótesis y temores. Mateo caminaba a mi lado, y aunque intentaba mostrarse valiente, podía sentir su miedo en la manera en que se aferraba a mi mano.
—Mamá… ¿crees que alguien está en nuestra habitación? —preguntó finalmente.
—No lo sé, cariño. Pero vamos a averiguarlo juntos. Estoy contigo. —Le dediqué una sonrisa que quizá no llegó del todo a mis ojos.
Cuando llegamos al hotel, la recepcionista —una mujer joven con acento sevillano— nos saludó con naturalidad. Nada parecía fuera de lugar. Pedí discretamente que revisara si alguien había pedido una copia de nuestra llave. Ella negó con la cabeza, segura.