Durante la boda de mi hermana, mi hijo de siete años me agarró la mano y susurró: “Mamá… tenemos que irnos. Ahora.” Sonreí y le pregunté: “¿Por qué?” Él sacó su móvil en silencio. “Mira esto…” En ese instante, me quedé paralizada

Lo primero que pensé fue en un error, una broma, un envío equivocado. Pero algo dentro de mí —quizá el instinto de madre, quizá el detalle del pasillo del hotel— me decía que no era simple casualidad.

Mientras caminaba con él hacia un lateral más tranquilo del salón, volví a reproducir el vídeo. Esta vez presté atención al sonido: un leve crujido metálico, como de una puerta abriéndose lentamente. Y entonces lo escuché: una respiración profunda, irregular… demasiado cerca del micrófono. Mateo se agarró a mi brazo.

—Mamá, yo estaba en ese pasillo hace una hora, cuando subí a dejar mi chaqueta… —susurró.

El corazón me dio un vuelco.

Antes de que pudiera responder, sonó otro aviso en su móvil. Una nueva notificación. En la pantalla aparecía una fotografía: era la puerta de nuestra habitación en el hotel. La imagen era reciente… demasiado reciente. Los detalles de la luz del pasillo coincidían con la hora exacta del atardecer.

—Nos vamos ya —dije en voz baja.

Llamé rápidamente a mi marido, pero no respondió. Supuse que aún estaría hablando con el fotógrafo o con algún invitado. Miré a mi alrededor buscando a mis padres, pero todos parecían felices, ajenos a todo lo que estaba ocurriendo. No quería alarmarlos sin necesidad.

Empecé a caminar hacia la salida con Mateo cuando, de pronto, mi móvil vibró. Era un mensaje desconocido:

“No corras.”

Sentí que las piernas me fallaban. ¿Alguien nos observaba desde dentro de la boda? ¿Desde el hotel? ¿Desde ambos lugares?

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