Durante la boda de mi hermana, mi hijo de siete años me agarró la mano y susurró: “Mamá… tenemos que irnos. Ahora.” Sonreí y le pregunté: “¿Por qué?” Él sacó su móvil en silencio. “Mira esto…” En ese instante, me quedé paralizada

Me incliné hacia él. En la pantalla había un video que no reconocí al instante. Todo lo que se veía era un pasillo oscuro iluminado por una luz intermitente. Luego, una figura pasó rápidamente frente a la cámara, tan rápido que casi no pude distinguirla… pero supe que algo no iba bien. Mateo tragó saliva.

—Mamá… ese pasillo es el del hotel donde nos estamos quedando. —Sus palabras me atravesaron como un relámpago—. Y ese vídeo… me lo han enviado hace dos minutos.

Mi corazón se aceleró. Intenté mantener la calma, pero una sensación fría me recorrió la espalda. ¿Quién habría grabado eso? ¿Y por qué se lo enviaban a un niño?

Cuando levanté la vista, noté algo que me heló la sangre: al final del jardín del restaurante, justo detrás de un seto, una sombra parecía moverse. No sabía si era real o si mi mente me jugaba una mala pasada, pero en ese instante entendí que algo estaba muy, muy mal.

La música seguía sonando, la gente seguía brindando…

Y yo, con Mateo agarrado a mi mano, sentí cómo el mundo se detenía justo antes del caos.

Apreté la mano de Mateo con suavidad, intentando no transmitirle el temblor que ya recorría mis dedos. Respiré hondo e intenté pensar con claridad. En una boda con más de cien invitados, cualquier reacción brusca podía desencadenar pánico. Tenía que actuar con prudencia.

—Vamos a hablar con calma —le dije a Mateo, inclinándome hacia él—. ¿Quién te envió el vídeo?

—No sé, mamá. Solo apareció… sin nombre, sin número. —Su voz temblaba.

Leave a Comment