Durante la boda de mi hermana, mi hijo de siete años me agarró la mano y susurró: “Mamá… tenemos que irnos. Ahora.” Sonreí y le pregunté: “¿Por qué?” Él sacó su móvil en silencio. “Mira esto…” En ese instante, me quedé paralizada

“Durante la boda de mi hermana, mi hijo de siete años me agarró la mano y susurró: “Mamá… tenemos que irnos. Ahora.” Sonreí y le pregunté: “¿Por qué?”

Él sacó su móvil en silencio. “Mira esto…”

En ese instante, me quedé paralizada…..

La boda de mi hermana se celebraba en un pequeño y luminoso pueblo de Andalucía, rodeado de olivos y con el murmullo lejano de una guitarra flamenca como telón de fondo. Las mesas estaban decoradas con flores silvestres, y el aire cálido de junio hacía que todos se movieran con una mezcla de alegría y relajada despreocupación.

Yo estaba hablando con unos primos cuando sentí que alguien tiraba suavemente de mi mano. Era mi hijo de siete años, Mateo, con los ojos muy abiertos.

—Mamá… —susurró con un hilo de voz apenas audible— Necesitamos irnos. Ahora.

Al principio pensé que tenía hambre, sueño, o quizá había discutido con algún niño. Sonreí intentando tranquilizarlo.

—¿Pero por qué, cariño?

Mateo no respondió de inmediato. Miró alrededor como asegurándose de que nadie le prestaba atención y sacó lentamente su pequeño móvil, ese que le habíamos dado solo para juegos y fotos. La pantalla estaba encendida, y él la sostenía como si ardiera.

—Mira esto… —dijo.

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