La gente empezó a susurrar:
—¿Quién vendrá a visitar a Hanh?
—Seguro que se equivocaron de lugar. ¿Qué podría hacer una pobre como ella con coches de lujo?
Yo salí a la puerta, con las manos aún manchadas de jabón y los pies descalzos sobre la tierra húmeda.
El corazón me latía con tanta fuerza que temí que los demás lo oyeran.
Del coche principal bajó un hombre alto, vestido con traje oscuro. Llevaba un paraguas negro y zapatos que jamás habían tocado el barro. Su rostro estaba oculto por unas gafas de sol.
Durante un instante, pensé que me había equivocado.
Pero cuando se quitó las gafas, mi respiración se detuvo.
Era él.
El hombre al que había amado.
El padre de mi hijo.
