—Si estás leyendo esto, significa que me he ido. Tenías razón, Maggie. Era demasiado orgulloso. No quería que los niños te vieran triunfar mientras yo fracasaba. Les mentí: les dije que no los querías. Pero la verdad es que siempre fuiste mejor madre.
Se echó a llorar allí mismo, en la oficina del refugio.
Dos días después, llegaron los resultados del ADN: 99,9% de coincidencia.
Eran suyos.
Pero cuando corrió a casa para contárselo, los niños habían desaparecido.
Sus pequeñas mochilas no estaban. Había una nota sobre la mesa.
«Son demasiado ricos. No pertenecemos aquí. Gracias por la comida. — Noah y Eli».
El pánico la invadió. Llamó a la policía, y entonces recordó algo: Noah había mencionado un banco del parque donde solían dormir.

Margaret condujo hasta allí bajo la lluvia torrencial, buscando en cada sombra.
Y allí, bajo una farola, los vio, acurrucados juntos bajo una manta mojada.
Cayó de rodillas. «Ustedes pertenecen conmigo», sollozó. «Por favor, déjenme arreglarlo».