Dos niños sin hogar se acercaron a la mesa del millonario: “Señora, ¿podemos tomar un poco de sus sobras?” El millonario levantó la mirada y se quedó sorprendido al ver a los dos niños…-kt

Noah la miró entre lágrimas. «¿De verdad eres nuestra madre?».

Margaret abrió su medallón y se lo ofreció. El medio corazón que había dentro brillaba bajo la lluvia.

«Sí, cariño. Nunca dejé de buscarte».

Parte 3 Un mes después, la mansión de Margaret ya no resonaba en silencio. Ahora se oían risas, pasos torpes, derrames de cereales, dibujos animados en la televisión.

Los chicos estaban en casa.

Pero reunirse no fue fácil. Se sobresaltaban con los portazos. Pedían permiso antes de tocar la comida. Y cada noche, Eli seguía durmiendo aferrado a la manga de su hermano.

Margaret contrató a una consejera, los matriculó en la escuela y se tomó un tiempo libre del trabajo por primera vez en veinte años.

Una tarde, mientras los arropaba, Noah susurró: «¿Por qué nos quieres? No somos como tú».

Ella sonrió entre lágrimas. «Porque sois míos. Y daría cada centavo que he ganado con tal de oíros llamarme mamá».

Pasaron los meses. La historia se filtró a la prensa: «Millonaria encuentra a sus hijos perdidos en un refugio de Seattle». Los periodistas lo llamaron un milagro, pero a Margaret no le importaban los titulares. Lo único que le importaba era sanar lo que estaba roto.

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