Las dos mujeres se reunieron en una cafetería para asimilar la noticia. Ambas lloraban.
—He criado a Sofía como mi hija. Es mi vida. Pero también es tuya —dijo Clara.
—Y yo he criado a Valeria… que también es tuya.
La situación era absurda y desgarradora. Ninguna quería “ceder” a su hija, pero tampoco podían ignorar el vínculo de sangre.
Fue entonces cuando Sofía y Valeria, riendo y jugando a intercambiar chaquetas, corrieron hacia ellas.
—¡Mamá, mira, ahora soy Valeria! —gritó Sofía.
—¡Y yo soy Sofía! —respondió la otra, entre carcajadas.
Las madres se miraron, con el corazón desgarrado.
Un acuerdo difícil
Durante semanas, buscaron asesoría legal. Los abogados dijeron que el caso era inédito: no había precedente claro para dos niñas separadas por error hospitalario. Podrían demandar al hospital, sí, pero ¿qué pasaría con las niñas?
Al final, decidieron lo más sensato: no separar a las hermanas. Cada madre seguiría criando a la niña que había tenido hasta entonces, pero acordaron convivencias frecuentes, como si fueran una familia extendida.
Al principio fue complicado. Las niñas no entendían por qué de pronto tenían “dos mamás” y se veían casi a diario. Pero con el tiempo lo aceptaron con naturalidad.
El juicio