Clara repasó en su mente el parto de hace seis años. Había dado a luz en el Hospital General de la ciudad. Recordaba la sala de maternidad, la anestesia, las luces blancas. Sofía había nacido sana, aunque pequeña, y le habían asegurado que todo estaba bien. Nunca le dijeron nada más.
Irene, por su parte, había tenido a Valeria en el mismo hospital, pero en otra fecha cercana: una diferencia de apenas tres días entre un parto y otro.
Fue entonces cuando un pensamiento oscuro las alcanzó a ambas al mismo tiempo:
¿y si hubo un error en el hospital? ¿y si alguien intercambió o separó a las niñas?
No pudieron dormir esa noche. Al día siguiente, con las pruebas en la mano, fueron juntas al hospital a exigir explicaciones.
En el hospital
El director del hospital, un hombre calvo y de corbata demasiado ajustada, trató de minimizar el asunto al principio.
—A veces las pruebas de ADN caseras…
—Iban firmadas por un laboratorio acreditado —lo interrumpió Irene con dureza.
—Queremos acceso a todos los registros de la sala de maternidad de ese mes —añadió Clara.
El hombre sudaba. Finalmente aceptó revisar los archivos.
Horas después, regresó con un rostro pálido.
—Hubo… un incidente. Una falla en el sistema de etiquetas en la unidad neonatal. Dos recién nacidas fueron colocadas en cunas equivocadas por algunas horas. El error fue corregido de inmediato… o eso se nos informó.
Las madres se miraron. El error no había sido corregido. Cada una había llevado a casa a una de las gemelas.
La verdad incómoda