Doné la mansión a la caridad. Los gritos de mi suegra resonaron en la casa.

Recién divorciada, doné la mansión a la caridad; mi suegra gritó: “¿Entonces mis 12 parientes se van a quedar sin hogar?” y respondí con una frase que la dejó sin palabras…

Mi matrimonio de 15 años con Javier terminó abruptamente, impactando a muchos. Para quienes no lo conocían, siempre habíamos sido la imagen de una familia exitosa: el esposo empresario, la esposa devota, dos hijos diligentes y una gran mansión en un barrio exclusivo de la Ciudad de México. Pero solo yo sabía la verdad: tras esa fachada perfecta se escondían grietas incurables.

Javier me fue infiel. No una, sino muchas veces. Lo aguanté, lo perdoné, pero cuanto más lo perdonaba, más me pisoteaba. Hasta que un día, tuvo la osadía de traer a su amante a nuestra casa y decirme en la cara:

“Solo cuida de los niños y la familia. No es asunto tuyo.”

En ese momento, supe que el matrimonio llevaba mucho tiempo muerto. Firmé los papeles del divorcio sin protestar, sin lágrimas. Algunos pensaron que era ingenua, pero la verdad era que llevaba mucho tiempo preparándome para este día.

Sólo con fines ilustrativos.

La mansión, valuada en decenas de millones de pesos, estaba a mi nombre. Durante años, mi suegra y los doce familiares de Javier la trataron como si fuera suya. Iban y venían a su antojo, incluso atreviéndose a decirme que solo era “una extraña viviendo de prestado”. Lo toleré por el bien de mis hijos. Pero una vez finalizado el divorcio, supe que era hora de dejarlo todo.

El día que recibí los documentos finales, anuncié con firmeza:

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