Después del funeral de mi hijo, no le conté a mi nuera sobre la segunda casa que él me dejó. Y me…

Su voz grave y serena sonó al otro lado de la línea, como un rayo de esperanza en medio de la tormenta de dudas que me envolvía. ¿Marisol está bien? Preguntó. Le conté brevemente lo ocurrido. La carta de Alejandro. Las palabras susurradas de Isa y las maquinaciones de doña López. Tenemos que reunirnos. Le dije con voz temblorosa. Mañana en su oficina. Puede ser. Aceptó sin dudar y colgué con el corazón latiendo con fuerza. Sabía que estaba entrando en una batalla, pero no podía dar un paso atrás.

Al atardecer escuché el clic de la puerta principal. Sólo Valeria entró con el rostro entristecido. Isa, según me dijo, había pasado por la librería y le pidió a Valeria que regresara antes. Estaba por preguntarle cómo estaba cuando escuché su voz susurrando desde la sala baja, pero cargada de preocupación. Caminé despacio hacia la puerta. Me quedé detrás de la pared y escuché con claridad cada palabra que decía por teléfono a una amiga. Mamá dice que la abuela esconde dinero y papeles.

Murmuró Valeria con la voz entrecortada. Mamá está convencida de que su papá le dejó algo. Ya no sé a quién creerle. Mamá insiste en que la abuela no está bien. Pero ella. Ella no es como mamá dice. Las palabras de Valeria fueron como un cuchillo clavándose en mi pecho. Mi nieta, a quien tanto amo, estaba atrapada entre la verdad y la mentira. Quise salir corriendo, abrazarla y contarle todo. La carta de Alejandro, lo que había escuchado de Isa.

Pero me contuve porque sabía que si lo decía ahora, Valeria estaría aún más confundida. Sólo regresé a mi habitación en silencio, tocando con la mano la bolsa donde guardaba el sobre de Alejandro, como si fuera lo único que me mantenía en pie. Esa noche no pude dormir. La brisa fresca que entraba por la ventana no bastaba para calmar mi mente inquieta. Salí al pasillo rumbo al baño y entonces oí la voz de Isa desde la cocina. Hablaba por teléfono con un tono bajo, pero helado, como si trazara un plan calculado al detalle.

Pronto conseguiré la firma, dijo. Todo el patrimonio será mío. Ella no podrá resistirse. Me quedé paralizada con la mano, aferrada al picaporte. La sangre me hervía todo el patrimonio. Isa hablaba de la casa en Polanco, del dinero que Alejandro me había dejado 33 millones de pesos. Quise irrumpir. Gritarle que ya lo sabía todo, que no podría engañarme. Pero me contuve porque comprendí que debía mantener la calma. Si me descubría ahora, Isa encontraría otra manera y yo aún no estaba lista para enfrentarla de frente.

A la mañana siguiente estaba sentada en mi 4.º con una taza de café frío entre las manos. Cuando Valeria entró, llevaba su cuaderno de clases, pero sus ojos reflejaban una carga enorme, como si llevara un peso insoportable. Abuela dijo con voz temblorosa. ¿Es cierto que papá le dejó dinero a usted y no a mi mamá? Me sobresalté. Casi se me cae la taza de las manos. ¿Qué tanto sabía Valeria? Había escuchado la llamada de Isa la noche anterior.

No tuve tiempo de responder porque Isa apareció en ese momento con la mirada dura. Valeria dijo con voz dulce pero cargada de autoridad. No deberías molestar a tu abuela. Ella ya no está lo bastante lúcida para acordarse de esas cosas. Sus palabras fueron como una bofetada que no estaba lúcida. Isa intentaba pintarme como una anciana frágil y confundida para que Valeria dudara de mí. Mi nieta miró a su madre, luego a mí, con los ojos llenos de incertidumbre.

No dijo nada. Sólo se dio la vuelta y se encerró en su 4.º de un portazo. Ese golpe seco retumbó como un martillazo en mi corazón. Valeria, mi nieta, estaba siendo manipulada por su propia madre y yo no sabía cómo hacer para traerla de vuelta a mi lado. Isa se volteó hacia mí con una ligera mueca en los labios, una sonrisa fría como el hielo. ¿Ves, mamá? Dijo con un tono parejo, pero lleno de burla. Hasta Valeria piensa que no deberías quedarte con nada.

Más te vale aceptar vender la casa. Ya estás vieja. ¿Para qué aferrarte a ella? Al morirte no te la vas a poder llevar. La sangre me hervía, pero me mordí los labios para mantener la calma. No podía dejar que Isa notará mi titubeo. Abrí el cajón, saqué el recibo de la luz y del agua de este mes y se lo puse enfrente. Si de verdad quieres encargarte de la familia le dije con una firmeza que me sorprendió.

Empieza por cosas pequeñas como esta. Desde este mes yo ya no pagaré. Isa frunció el ceño al recibir el papel. Sus ojos mostrando un destello de molestia. Siempre me la pones difícil dijo en voz baja, como conteniendo la ira. Pero está bien. Yo me haré cargo. Tú descansa. Se dio la vuelta, pero noté cómo apretaba el recibo en su mano, como si quisiera hacerlo pedazos. A la mañana siguiente me levanté temprano, con el corazón hecho un nudo.

Tomé un viejo rebozo. Me puse un sombrero de ala ancha y con la excusa de ir al mercado, salí de la casa. Cada paso hacia la calle pesaba como si estuviera entrando en una batalla cuyo resultado desconocía. Pero no podía seguir aplazando nada. La carta de Alejandro, las palabras envenenadas de Isa y la traición de doña López me empujaban a actuar. Tomé el camión rumbo a la oficina del licenciado Ramírez, con el corazón latiendo fuerte. Entre el miedo y la determinación.

La oficina de Ramírez estaba en un edificio pequeño, sencillo pero ordenado. Me recibió con una sonrisa cálida, aunque sus ojos serios parecían adivinar que yo traía un asunto nada grato. Me ofreció asiento y desplegó una copia del testamento de Alejandro frente a mí. Marisol dijo con voz grave. Alejandro dejó muy claro la casa en Polanco y 33 millones de pesos son tuyos. No menciona a Isa en absoluto. Él planeó con cuidado para protegerte a ti y a Valeria.

Mire las letras en el papel. La escritura de mi hijo. Y sentí que las lágrimas querían brotar. Alejandro, incluso enfrentando la muerte, pensó en mí. Se preocupó por mi futuro y el de su hija. Pero Ramírez continuó bajando la voz. Sin embargo, hay un problema. Isa podría solicitar la tutela si logran declararte incapaz legalmente. Si lo consigue, ella manejaría todo el patrimonio. Apreté los puños, sintiendo la sangre congelarse. ¿Y si Isa falsifica documentos? Pregunté con voz temblorosa.

Ya le dijo a Valeria que yo no estoy en mis cabales. Está tramando algo. Lo sé. Ramírez asintió con gesto preocupado. Necesitamos testigos y pruebas para enfrentarlo explicó. Si Isa intenta falsificar algo, debemos demostrarlo. Yo hablaré con algunas personas para revisar si está moviéndose en lo oscuro. Pero tiene que tener cuidado. Marisol. No deje que sepa que sospecha de ella. Salí de la oficina con la mente revuelta. Sus palabras fueron una advertencia, pero también una chispa de esperanza.

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