Después del funeral de mi hijo, no le conté a mi nuera sobre la segunda casa que él me dejó. Y me…

Sabía que ya no podía seguir fingiendo que todo estaba bien. Al día siguiente me levanté temprano con el corazón pesado como piedra. Agarré unas tortillas de maíz recién hechas, las envolví con cuidado en una servilleta y caminé hacia la casa de doña López. Quería verla, no tanto para platicar, sino para tantear cuanto sabía de lo que Isa había dicho. La puerta de su casa estaba abierta y doña López, con el pelo canoso, despeinado, me sonrió al verme.

Marisol vino a visitarme. ¿Qué trae de rico? Dijo alegre como siempre. Puse el paquetito de tortillas sobre la mesa y me senté en la vieja silla de madera de su cocina. La señora López jaló una silla y se sentó frente a mí con la mirada curiosa. Escuché que Isa dijo que usted ya aceptó vender la casa. Comentó en voz baja, pero firme. ¿De verdad piensa hacerlo? Me quedé helada, como si me hubieran dado una bofetada. Yo nunca dije eso.

Respondí tratando de mantener la calma, aunque el corazón me latía con fuerza. ¿Qué le habría dicho Isa a la señora López? ¿Y por qué andaba contando algo que yo jamás había aceptado? La señora López sonrió, pero ya no era la sonrisa amistosa de antes. Tal vez Isa entendió mal. Dijo ladeando la cabeza con una mirada inquisitiva. Pero debería pensarlo bien, Marisol. ¿Una casa tan grande para qué la quiere usted sola? Ya, mayor, Mantenerla cuesta mucho. Isa tiene razón.

Venderla para asegurarle el futuro a Valeria sería lo más sensato. Apreté los puños debajo de la mesa, conteniendo la rabia. Señora López, esta casa es mi recuerdo de Alejandro. Dije con la voz temblorosa. No he pensado en venderla. Y si algún día lo hago, será decisión mía. Ella se encogió de hombros y soltó una risa suave. Está bien, sólo lo menciono. Isa se preocupa mucho por usted. Lo sabe. Ella sólo quiere lo mejor para todos. Pero en su mirada vi un destello extraño, como si esperara que yo soltara algo más.

Como si quisiera que me delatara. Me levanté con la excusa de que debía preparar la cena y me fui de su casa con una sensación creciente de desconfianza. Esa vecina en la que había confiado tantos años con quien compartir momentos difíciles ahora me hacía dudar. Al llegar a casa, apenas crucé la puerta y vi que Isa ya me esperaba en la sala. Frente a ella había una hoja llena de letras y números. Me la tendió hablando en tono suave pero apremiante.

Mamá, acabo de hablar con la agencia. Ya pasaron la casa. Sólo falta que firme aquí. Me quedé en shock con la mano temblorosa al tomar el papel. Los números y cláusulas parecían moverse frente a mis ojos. Hasta donde había llegado Isa. Sin pedirme opinión, sin un mínimo de respeto. Isa. Dije con la voz ronca. Yo no he aceptado vender la casa. ¿Por qué tanta prisa? Isa me miró con un gesto de leve fastidio, aunque enseguida fingió una sonrisa.

Mamá, sólo quiero que todo se resuelva rápido. Necesitamos el dinero. Valeria lo necesita para la universidad. Firme. Y yo me encargo de todo. Sus palabras sonaban dulces, pero detrás se sentía una presión que me quitaba cualquier opción. Esa tarde, mientras trataba de ordenar mis pensamientos en la habitación, Valeria entró sigilosamente con el celular en la mano. Tenía la cara pálida y los ojos llenos de preocupación. Abuela. Dijo en voz baja, pero firme. Mamá le mandó un mensaje a alguien diciendo Vender rápido antes de que ella se arrepienta.

Miré. Me mostró la pantalla donde el texto de Isa brillaba claramente. ¿De verdad va a vender la casa? Leí el mensaje y cada palabra me atravesó como un cuchillo. Yo nunca había dado mi consentimiento. Jamás mencioné vender la casa. Y sin embargo, Isa actuaba como si todo estuviera hecho. Valeria. Le dije posando la mano en su hombro. Yo nunca acepté vender la casa. No sé por qué tu mamá dice eso. Valeria me miró con los ojos llenos de lágrimas.

Ya no entiendo a mi mamá susurró. Ella sigue diciendo que no necesita esta casa. Que debería descansar en otro lugar. Pero yo quiero que esté aquí conmigo. Sus palabras me dejaron con un nudo en la garganta. Abracé a Valeria tratando de contener mis lágrimas. Mi nieta, La niña que había perdido a su padre. Ahora estaba atrapada entre su madre y yo. Quise hablarle de la carta de Alejandro, pero sabía que aún no era el momento. Esa noche no pude dormir.

La brisa fresca que entraba por la ventana no era suficiente para calmar mi mente. Corrí la cortina buscando un poco de aire puro y lo que vi afuera me dejó helada. Isa y doña López estaban sentadas en la banca de madera, hablando en voz baja, bajo la luz tenue. Me escondí detrás de la cortina, con el corazón latiendo con fuerza, tratando de captar cada palabra con que firme los papeles. ¿Es suficiente? Dijo Isa con un tono bajo pero cortante.

Yo le daré su parte como prometí, pero tiene que seguir convenciéndola. Dígale que no debería estar sola, que esta casa es demasiado grande. Doña López soltó una risita. Su voz cargada de cálculo. Tranquila, yo sé cómo hablar. Hoy lo intenté, pero Marisol es muy terca. Siempre saca a relucir a Alejandro. Los recuerdos. Tienes que apurarte o empezará a sospechar. Isa asintió, entrelazando las manos con nerviosismo. Lo sé. Sólo necesito unos días más y la haré firmar. Si no, encontraré otra manera.

Me quedé ahí, en la oscuridad, sintiendo que el mundo se me derrumbaba. La vecina en la que más confiaba, La que me llevaba comida cuando Alejandro aún vivía, estaba aliada con Isa. Estaban tramando todo dentro de mi propia casa, frente a mis ojos. Las lágrimas me brotaron, pero apreté los labios negándome a soltar un sollozo. No podía mostrarme débil. No podía dejar que ganaran. Regresé en silencio al interior. Abrí el cajón y saqué el sobre con los papeles de Alejandro.

Revisé hoja por hoja. Línea por línea, como para asegurarme de que todo siguiera en su lugar. Luego guardé el sobre en una bolsa de tela vieja y lo encerré en la caja de metal bajo la cama. Ese era el legado de Alejandro. Su último mensaje para mí. Y lo protegería a cualquier precio. Antes de dormir, tomé el teléfono y escribí un mensaje corto a Licenciado Ramírez. Necesitamos vernos de inmediato. Ya no puedo esperar más. Mañana le confirmaré la hora.

Lo envié. Con el corazón. Todavía desbocado, pero con una determinación nueva. Isa y doña López podían creer que lo controlaban todo. Pero yo no era alguien fácil de manipular. Por Alejandro. Por Valeria. Pelearía hasta el final. A la tarde siguiente, mientras la luz dorada se filtraba por la ventana, me senté en la habitación con el teléfono en la mano. Isa se había llevado a Valeria de compras, dejando la casa sumida en un silencio inquietante. Aproveché la oportunidad, respiré hondo y marqué el número del licenciado Ramírez.

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