Después del funeral de mi hijo, no le conté a mi nuera sobre la segunda casa que él me dejó. Y me…

No te preocupes decía con seguridad al teléfono. En sólo unas semanas todo estará listo. Me quedé inmóvil, con la mano, apretando el vaso de agua. ¿Listo? ¿De qué estaba hablando ella? ¿Vender la casa o algo más que yo? Aún no sabía. Quise entrar. Quise confrontarla de inmediato, pero mis pies parecían clavados en el suelo. Regresé a mi 4.º, me recosté en la cama, pero no pude pegar los ojos. La carta de Alejandro y la voz de Isa daban vueltas en mi cabeza.

Sabía que estaba frente a un gran secreto. Un secreto que Alejandro había intentado guardar para protegerme. A la mañana siguiente me desperté con el aroma a café que se esparcía por la cocina. Isa ya se había levantado temprano y había puesto el desayuno sobre la mesa de madera vieja. Pan dulce, mermelada de naranja y una jarra de café caliente. Ella sonrió con una voz suave como una brisa. Mamá, sobre lo de vender la casa, no se preocupe por nada.

Déjeme encargarme de todo. Ahora lo único que usted necesita es descansar. La miré y de pronto me invadió una calidez inesperada, como si las dudas de anoche hubieran sido solo una pesadilla. Isa, mi nuera, se veía tan atenta como queriendo protegerme en estos días de duelo. Asentí con la cabeza y forcé una sonrisa, aunque en el fondo seguía habiendo un rincón de inquietud. Cuando me levanté con la intención de recoger los platos. Isa se apresuró a detenerme, llevándose todo con rapidez.

No hace falta, mamá dijo con una voz dulce pero firme. De ahora en adelante, déjeme esas cosas a mí. Usted solo quédese en su 4.º y descanse. Me quedé sorprendida. Quería decir algo, pero solo pude mirarla mientras se llevaba los platos al fregadero. La actitud de Isa me hacía sentir cuidada, pero al mismo tiempo como si me estuvieran apartando de mi propia casa. Me repetía a mi misma que tal vez ella solo intentaba ayudar. Solo quería quitarme peso de encima.

Los murmullos de estorbo en el funeral, la llamada secreta de anoche. Me obligué a creer que todo había sido un malentendido, que Isa no tenía malas intenciones. Pero esa calidez no duró mucho. Al mediodía, mientras yo estaba en la sala hojeando un viejo álbum de fotos de Alejandro, Isa entró con un folleto brillante en la mano. Lo puso frente a mí y con la misma voz dulce dijo Mamá, encontré un lugar excelente. Este asilo de lujo tiene muchos amigos de su edad y médicos que la atienden seguido.

Creo que ahí va a estar más feliz, más cómoda. Me quedé helada mirando el folleto con las fotos de ancianos sonrientes en un jardín verde. Un asilo. Jamás había pensado en dejar esta casa llena de recuerdos de Alejandro, de mi familia. Quise protestar, decir que aún podía valerme por mí misma. Pero antes de que pudiera hablar, Valeria entró corriendo con los ojos enrojecidos. Mamá casi gritó. La abuela no quiere irse a ningún lado. Ella tiene que quedarse en esta casa.

Yo tampoco quiero que se vaya. La voz de Valeria temblaba. Terca, pero cargada de miedo. La miré y sentí un nudo en el pecho. Valeria, mi nieta, tenía apenas 15 años, pero ya había vivido demasiadas pérdidas. Isa apretó los labios y en su mirada se asomó un destello de fastidio. Tomó a Valeria de la mano y la jaló hacia afuera, hablando bajo pero con filo. No te metas en asuntos de adultos. Tu mamá y tu abuela. Estamos hablando en serio.

La puerta se cerró de golpe, dejándome sola con el frío folleto sobre la mesa. Me quedé ahí con la mano temblando sobre la foto de Alejandro, preguntándome si estaba exagerando o si en realidad Isa quería apartarme de su vida y de la de Valeria. Por la tarde, Isa siguió con lo suyo. Abrió el refrigerador, revisó cada comida y apuntó con cuidado en una libretita. Todos los gastos tienen que estar planeados. Dijo sin mirarme. Yo voy a guardar las llaves y la tarjeta del banco para que estén seguras.

Mamá, ya no se preocupe por esas cosas. Me quedé de pie, sintiendo como si me estuvieran quitando pedacito a pedacito la libertad dentro de mi propia casa. Quise decirle que todavía podía manejarme sola, que no necesitaba que me controlara, pero la mirada de Isa, fría y firme, me dejó callada. Sólo asentí. Me di la vuelta y me pesó el corazón. Al caer la tarde entré a mi 4.º, prendí la tele sólo para tener un poco de ruido que espantar a la soledad, pero ni siquiera alcancé a ver nada cuando Isa apareció y rápido apagó el aparato.

¿Para qué ve tanto mamá? Eso le daña los ojos. Dijo con tono de orden. Déjeme guardar este control. Lo tomó. Lo metió a la bolsa de su suéter y se fue como si nada. Me quedé allí, viendo la pantalla oscura, sintiendo que me habían quitado lo último que me quedaba. Una duda. Empezó a crecerme por dentro. ¿Isa me estaba cuidando o me estaba controlando? Ya de noche, cuando pensé que todos dormían, escuché la voz de Isa desde la sala.

Hablaba bajito, pero en el silencio de la casa cada palabra era clara. No te preocupes murmuro por teléfono. Pronto voy a convencerla de que firme los papeles. El corazón casi se me paró. Papeles. ¿De qué hablaba? Vender la casa o algo más que yo. Todavía no sabía. Me quedé detrás de la puerta, conteniendo la respiración con la cabeza hecha un lío. La carta de Alejandro me vino a la mente. Isa no es de fiar. Yo había intentado ignorarlo.

Quise creer que mi nuera sólo estaba dolida. Pero ahora cada palabra suya confirmaba mi miedo. Salí despacio al jardín. Necesitaba aire fresco para aliviar la sensación de encierro. La luz tenue de la luna caía sobre la cerca de madera. Y vi a doña López allí con un cigarro en la mano, saludándome. Isa es tan atenta dijo con admiración. Quiere vender la casa para cuidarla a usted. Tiene suerte de tener una nuera así. Sólo asentí, pero la mirada curiosa de doña López me erizó la piel.

Había algo en su forma de hablar, como si me estuviera midiendo, como si supiera más de lo que mostraba. Isa me habla mucho de usted. Siguió bajando la voz. Dice que necesita descansar, que le vendría bien un lugar más tranquilo. Yo creo que tiene razón. ¿Usted qué piensa? Sonreí a medias, esquivando. No he pensado nada todavía. Doña López. Todo a su tiempo. Pero por dentro me sentía acorralada. Regresé a la casa tocando con la mano el bolsillo de mi abrigo, donde seguía guardado el sobre de Alejandro.

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