Pensé que quizá era lo correcto. Isa y Valeria también estaban sufriendo. También necesitaban un lugar donde apoyarse, igual que yo. Tal vez las tres podríamos sostenernos juntas, enfrentar esos días tan duros. Miré a Valeria que seguía en silencio, con la mirada perdida y me prometí hacer todo lo posible por protegerla, como Alejandro siempre lo había hecho. Al amanecer siguiente, la luz tenue se filtraba por las cortinas, iluminando el viejo piso de madera. Yo estaba sentada en la orilla de la cama, con las manos temblorosas y el corazón cargado de pena.

La casa estaba demasiado callada. Ya no había risas de Alejandro, ni el sonido de sus pasos apresurados cada mañana antes de salir a trabajar. Decidí abrir el closet viejo de mi hijo con la esperanza de encontrar un poco de sus recuerdos, un poco de ese calor que aún me faltaba. La madera crujió y un olor a antiguo se escapó, llevándome de vuelta a los días en que Alejandro era niño y rebuscaba en el armario buscando juguetes. Fui sacando cada cosa camisas, un reloj, unos cuantos libros.
Cada objeto era como una puñalada en el pecho. Entonces lo vi. Un sobre grueso escondido en el fondo del cajón. Lo abrí con el corazón latiendo fuerte. Dentro había documentos legales, libretas de ahorro y una carta escrita a mano. Reconocí al instante la letra de Alejandro. Firme pero llena de sentimiento. Me dejé caer en la silla con los ojos fijos en esas líneas. Mamá, si estás leyendo esta carta, probablemente ya no estoy aquí. Perdón por no poder quedarme contigo más tiempo.
Te dejo la casa en Polanco y la cuenta de ahorros. 33 millones de pesos. Mamá, confío en que sabrás cuidarlo. No quiero que Isa se entere porque ya no confío en ella. Ha cambiado, mamá. Algunas noches la escuchaba hablar por teléfono. Planeando sobre dinero, sobre vender la casa. Como si todo lo de esta familia sólo fuera algo para aprovecharse. No quiero que tú ni Valeria caigan en sus manos. Guarda este secreto hasta que veas necesario usarlo. Te amo, mamá.
Y confío en que protegerás a Valeria por mí. Leía una y otra vez con las lágrimas cayéndome a chorros. Alejandro, mi hijo. Incluso frente a la muerte, seguía pensando en mí, en Valeria. Pero Isa no era de fiar. Las palabras de mi hijo me dejaron helada. Siempre creí que Isa era una mujer fuerte, atenta, aunque a veces algo fría. Pero aquel molesta de ayer en el funeral y ahora esta carta. Me tenían la cabeza hecha un nudo.
Quería creer que Alejandro estaba equivocado, que Isa sólo estaba sufriendo como yo, Pero en un rincón de mi corazón empezaba a crecer la duda. El sonido de pasos en la escalera me hizo sobresaltar. Rápido, metí el sobre en el bolsillo del abrigo, con el corazón golpeándome el pecho y centro con una sonrisa leve en los labios, pero con la mirada helada. Mamá dijo con voz plana. Pienso cambiar hoy la cerradura de la puerta principal. Las llaves viejas ya no son seguras.
Intenté mantener la voz tranquila, aunque la mano me temblaba. Esta llave todavía sirve, hija. No la cambies. No sé por qué lo dije. Fue puro instinto. Quizá por la carta de Alejandro comencé a sentir que debía ser precavida. Isa me miró con un destello de molestia en los ojos. Luego sonrió. Una sonrisa forzada. Mamá, es que usted es muy descuidada. Sólo quiero que la casa quede mejor protegida. Se dio la vuelta, pero vi como apretaba los puños como si contuviera algo.
Me quedé parada ahí con el corazón pesado, sintiendo que el muro invisible entre Isa y yo se hacía cada vez más grueso. Al mediodía reuní todo el valor y llamé al licenciado Ramírez, viejo amigo de Alejandro, cuyo contacto mi hijo había dejado en la carta. Su voz cálida sonó al teléfono y acordamos vernos unos días después en una cafetería discreta donde nadie repararía en nosotros. No quise hablar demasiado, temiendo que Isa escuchara. Al colgar, sentí que acababa de dar un paso en una partida de ajedrez cuyas reglas aún no entendía.
Fui al mercado tratando de perderme entre la gente, buscando despejar la mente. Pero la señora López, la vecina, me tomó del brazo y me susurró. Isa me dijo que quiere vender la casa. ¿Usted está de acuerdo? Me quedé helada, como si me hubieran echado un balde de agua fría en la cara. Isa ya se lo había dicho a los vecinos. ¿Tan rápido actuaba? Negué con la cabeza, intentando sonar serena. Todavía no he decidido nada, señora López. No hay por qué apresurarse.
Ella asintió, pero sus ojos curiosos me inquietaron aún más. Regresé a casa con el alma llena de sospechas. ¿Qué estaba tramando Isa a mis espaldas? Por la noche, Valeria entró despacio a mi 4.º. Puso sobre la mesa una foto vieja. Alejandro sonriendo, cargando a una Valeria pequeñita sobre los hombros. Papá me dijo una vez que quería proteger a la abuela. Dijo con voz frágil, a punto de romperse. Pero no alcanzó a hacerlo. Sus palabras me atravesaron el corazón como un puñal.
Toqué la foto recordando la carta de Alejandro. Duerme, hija le respondí, tragándome las lágrimas. No pienses tanto, pero dentro de mí sabía que no podía dejar las cosas así. Alejandro me había dejado una responsabilidad y no iba a fallarle. Esa noche escondí el sobre bajo la almohada, cuidándolo como si fuera un tesoro. Bajé a la cocina por un vaso de agua, caminando en silencio para no despertar a nadie. Pero al pasar junto a la sala escuché la voz de Isa filtrándose por la puerta entreabierta.