Desde entonces, nos prometimos no hablar más del tema. Mi matrimonio se mantuvo en pie, aunque dañado. Roberto fue trasladado. Mateo nunca supo nada.
Roberto volvió al presente.
—¿Qué quieres que haga ahora?
Lo miré fijamente.
—No quiero que me rescates. Quiero decir la verdad. A Mateo. A todos.
—Elena, eso destruiría a tu hijo. ¿Estás segura?
—Mi hijo ya me destruyó hoy —dije sin temblar—. Si lo pierdo del todo, que sea por algo verdadero.
Roberto frunció el ceño, pero al final asintió.
—Está bien. Te acompañaré. Pero debes saber que una vez que abras esa puerta… no podrás cerrarla.
Y yo lo sabía. Porque lo peor ni siquiera había sido revelado todavía.
Había otra parte del secreto que ni Roberto conocía.
→ Final en la Parte 3.
Esa tarde, Roberto insistió en llevarme a mi casa —la casa que había compartido con mi marido durante casi cuarenta años. Entré por la puerta con una mezcla de nostalgia y cansancio. El silencio era más pesado que nunca. Roberto se quedó en el salón, observando las fotografías familiares.
—Aún no me has dicho toda la verdad, ¿verdad? —preguntó finalmente.
Lo miré. No se le escapaba nada.
—No —admití—. Hay algo que ni tú supiste en su momento.