Después del funeral de mi esposo, mi hijo me llevó a las afueras de la ciudad y me dijo: “Bájate aquí del autobús. Ya no podemos mantenerte”. Pero en mi corazón guardaba un secreto cuyo arrepentimiento les pesará toda la vida…

“El día en que enterramos a mi esposo llovía suavemente. Aquel pequeño paraguas negro no bastaba para cubrir la soledad de mi corazón. Sostenía un incienso, mirando la tumba recién cavada, cuya tierra aún estaba húmeda, y temblaba. Mi compañero de casi cuarenta años —mi Rajan— se había convertido en un puñado de tierra fría.”

Después del funeral no tuve tiempo para hundirme en el dolor. Mi hijo mayor, Ravi, en quien mi esposo confiaba plenamente, se apoderó de las llaves de la casa sin demora. Años atrás, cuando Rajan aún estaba sano, había dicho: “Tú envejeces, yo envejezco, pasemos todo a nombre de nuestro hijo. Si todo está a su nombre, él será responsable.” Yo no me opuse. ¿Qué padres no aman a sus hijos? Así que la casa, las escrituras, todos los documentos quedaron a nombre de Ravi.

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