El viento frío pesaba sobre sus pasos. Salió de la casa con ojos tristes y un profundo amargor en su corazón.
El señor Lâm salió en el crepúsculo oscuro. Sin un lugar a donde ir, caminó hasta que encontró una casa de té al borde del camino, donde se sentó vacío por varias horas. La dueña, al ver su figura cansada, pensó que era un anciano perdido y de vez en cuando le preguntaba:
— “Tío, ¿a dónde vas a esta hora tan tarde?”
Él intentó sonreír débilmente:
— “Ah… solo estoy buscando un lugar donde quedarme.”
Después de algunos días, alquiló una pequeña habitación en el borde del pueblo. Casi diez metros cuadrados y húmeda, pero para él era un refugio. Cada día, pedaleaba silenciosamente hacia el mercado para comprar verduras, a veces se sentaba en un café en la calle para observar a la gente pasar.
Curiosamente, nunca tocó ese libro de ahorros de 10 mil millones. Vivía una vida sencilla, como siempre. Para los forasteros, parecía un anciano pobre y triste — pero en su interior llevaba un secreto que nadie conocía.
En incontables noches sin dormir, el señor Lâm a menudo se preguntaba:
— “Si mi hijo supiera que todavía tengo dinero, ¿me trataría diferente? ¿O solo me vería como un bolso?”
No culpaba a la vida, ni se apresuraba a culpar a su hijo. Entendía que los tiempos cambian, y también el corazón de las personas. Pero creía que algún día la verdad saldría a la luz — y solo entonces sabría quién realmente lo amaba y quién solo lo veía como una carga.
Un día, visitó a un viejo amigo — el señor Thành, un antiguo colega cercano. Después de escuchar la historia, Thành se enojó y se entristeció:
— “Hiciste bien en esconder ese dinero. No se lo digas. Cuando llegue el momento, úsalo para vivir cómodamente. No sufras más.”
El señor Lâm mostró una sonrisa débil y amarga, aunque sus ojos tenían determinación. Tal vez comenzaba a darse cuenta de que en la vejez, uno no debe confiar ciegamente en nadie — ni siquiera en sus propios hijos.
Pasó el tiempo, y la noticia sobre la situación del señor Lâm se extendió por todo el pueblo. Algunos sintieron lástima por él, otros lo criticaron: