Desesperada, fui a la oficina del notario, sabiendo que me esperaban mi exmarido, su amante y…
En la calle, el sol de media mañana me golpeó el rostro. Respiré profundamente el aire de la ciudad mientras los eventos se asentaban en mi mente. De repente sentí una mano en mi hombro y me giré sobresaltada. Era Camila. Sus ojos estaban enrojecidos. Elena, necesito hablar contigo dijo en voz baja. Pero no aquí. Él no puede enterarse. ¿Por qué debería confiar en ti? Pregunté con frialdad. Porque estoy tan atrapada como tú lo estuviste”, respondió. “Y porque hay más cosas que deberías saber.” Antes de que pudiera responder, Javier y doña Mercedes salieron del edificio.
Camila se alejó rápidamente, dejándome con mil preguntas. Esa noche, sola en mi pequeño apartamento, extendí los documentos sobre la mesa, el 40% de grupo castellanos, control efectivo sobre la empresa, donde una vez fui tratada como un adorno y en algún lugar una caja fuerte con evidencia que podría enviar a mi exmarido a la cárcel. Tomé mi teléfono y llamé a Patricia. “Tenemos mucho trabajo por hacer”, le dije cuando contestó. “Prepárate para una guerra. Dos días después de la lectura del testamento, me encontraba revisando documentos en mi apartamento cuando sonó mi celular.
Era un número desconocido. Diga, contesté con cautela. Elena, soy Rodrigo Sandoval, director financiero de Grupo Castellanos. La voz sonaba nerviosa. Necesito hablar con usted urgentemente. Javier ha convocado una junta directiva extraordinaria para mañana. Una junta. Nadie me ha notificado nada. Exactamente”, respondió. “Están intentando tomar decisiones antes de que usted pueda ejercer sus derechos. Don Ricardo confiaba en usted y yo confíé en don Ricardo durante 20 años. Acordamos vernos en una cafetería alejada del distrito financiero. Rodrigo resultó ser un hombre de unos 50 años con lentes y una expresión perpetuamente preocupada.
He estado reuniendo mi propia evidencia”, me dijo mientras me entregaba discretamente una carpeta. Hace meses que sospechaba de irregularidades, pero don Ricardo estaba muy enfermo y no quería perturbarlo. Revisé los documentos, transferencias sospechosas, contratos con empresas inexistentes, firmas falsificadas. ¿Por qué me ayuda? Pregunté sin rodeos. Podría perder su trabajo. Rodrigo suspiró. Digo, porque llevo toda mi vida profesional en Grupo Castellanos. No voy a ver cómo Javier lo destruye por codicia. Al día siguiente me presenté en las oficinas centrales de Grupo Castellanos en Polanco.
El edificio de cristal y acero que alguna vez había ayudado a diseñar se alzaba imponente. En la recepción, la seguridad intentó detenerme. Lo siento, señora, pero no la tenemos en la lista de autorizados. Saqué los documentos notariales. Soy Elena Valenzuela, accionista mayoritaria de esta empresa y esa reunión no puede celebrarse sin mi presencia. El guardia llamó nerviosamente a alguien. Minutos después apareció Javier con expresión furiosa. ¿Qué haces aquí? Siseó. Estás haciendo el ridículo. Vengo a la junta directiva.