“Mentira!”, gritó Javier, pero su voz temblaba. “Las pruebas están en la caja fuerte de mi oficina, cuya combinación solo conocen ahora el notario Herrera y Elena. Elena siempre tuvo la integridad que le faltó a mi hijo y la visión profesional que nuestra empresa necesita. Le pido perdón por no haber visto antes lo que sucedía y por no haberla protegido como merecía. Las lágrimas rodaban por mis mejillas. Recordé las pocas veces que don Ricardo intentó acercarse a mí, siempre interrumpido por doña Mercedes.
Esto es ridículo, intervino doña Mercedes. Obviamente manipuló a Ricardo en sus últimos días. Todos sabemos que ella solo se casó con mi hijo por interés. “Usted sabe perfectamente que no fue así”, respondí encontrando mi voz. Yo amaba a su hijo. Dejé mi carrera por apoyarlo. El notario continuó leyendo. Elena, sé que podría haber denunciado a Javier directamente, pero eso habría destruido todo lo que he construido. En cambio, te doy el poder para decidir cómo proceder. Confío en tu juicio más que en el de mi propio hijo.
Javier se levantó bruscamente, tirando su silla hacia atrás. No permitiré que esta mujer tome el control de lo que me pertenece. Su rostro estaba rojo de ira. El patrimonio de los castellanos no quedará en manos de una arbista. Señor Castellanos, le recuerdo que estamos en una notaría advirtió Herrera. Si continúa alterando el orden, tendré que pedirle que se retire. Camila, quien había permanecido en silencio, finalmente habló. Javier, por favor, cálmate. Su voz sonaba tensa. Tú cállate, le espetó él.
Esto no te concierne. Vi como Camila se encogía ante sus palabras, un gesto que yo conocía demasiado bien. Acaso estaba empezando a recibir el mismo trato que yo notario continuó con la lectura de documentos adicionales que explicaban los términos legales de mi nueva posición. Mientras escuchaba, observé a la familia Castellanos desmoronarse frente a mí. Doña Mercedes murmuraba oraciones como si esto fuera una catástrofe divina. Javier alternaba entre amenazas veladas y súplicas falsas hacia mí. “Señora Valenzuela,” dijo finalmente el notario cuando terminó.
“Estos son los documentos que acreditan su nueva posición. Puede revisarlos con su abogado también. Esta es la llave de la caja fuerte de don Ricardo. Tomé los papeles y la pequeña llave dorada con manos temblorosas. Esto no ha terminado susurró Javier cuando pasé junto a él. Te destruiré antes de dejarte tomar lo que es mío. Lo miré directamente a los ojos, aquellos ojos marrones que alguna vez creí sinceros. Ya intentaste destruirme una vez, Javier. No funcionó. Salí de la notaría con la cabeza alta, aunque por dentro temblaba.