Cuatro meses después del divorcio, mi exesposa me invitó a su boda. En cuanto vi la cara del novio, se me paró el corazón: la verdad era aún más amarga de lo que había imaginado…

Entonces salió su novio.

Y casi me desplomo.

Era Alejandro.
Mi hermano de toda la vida. Mi amigo desde la universidad.

Con quien compartí tacos de canasta, exámenes reprobados y sueños de juventud.

¿Él? ¿Podría…?

La cabeza me daba vueltas.

Quería gritar, oírme a mí misma o desaparecer.

De repente, Alejandro me miró.

Y su expresión… no era de orgullo ni de satisfacción. Era dolorosa.

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