Entonces salió su novio.
Y casi me desplomo.
Era Alejandro.
Mi hermano de toda la vida. Mi amigo desde la universidad.
Con quien compartí tacos de canasta, exámenes reprobados y sueños de juventud.
¿Él? ¿Podría…?
La cabeza me daba vueltas.
Quería gritar, oírme a mí misma o desaparecer.
De repente, Alejandro me miró.
Y su expresión… no era de orgullo ni de satisfacción. Era dolorosa.