Cuatro meses después del divorcio, mi exesposa me invitó a su boda. En cuanto vi la cara del novio, se me paró el corazón: la verdad era aún más amarga de lo que había imaginado…

Mi trabajo en el sector inmobiliario en la Ciudad de México era una presión constante. Siempre tenía la excusa perfecta:

“Estoy ocupada… es por nuestro futuro”.

Y mientras lo decía, Mariana se sentaba frente a mí, esperando una mirada, una palabra, cualquier cosa.

Pero yo siempre estaba pegada a mi teléfono, a mi portátil… o al silencio.

Con el tiempo, dejé de saber si estaba triste o feliz.

No peleábamos.

Y ese fue mi error: confundir el silencio con la paz.

Una noche, Mariana dijo sin rodeos:

“Quiero el divorcio”.

Me quedé paralizada.

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