Cuando un padre regresó de su misión militar, nunca imaginó encontrar a su hija durmiendo en la pocilga por orden de su madrastra. Lo que sucedió después dejó a todos sin palabras.

A Lucía le tomó un tiempo hablar, pero cuando lo hizo, su voz era apenas un susurro: —Desde septiembre… ella me envió aquí cuando tú no estabas. Dijo que… que yo estorbaba.

Álvaro sintió que la furia recorría su cuerpo como un latigazo. Entró a la casa con la niña en brazos. Rebeca lo observaba desde la mesa, con el rostro rígido. —Puedo explicarlo —tartamudeó ella. —Te conviene hacerlo —respondió él, apenas conteniendo su ira.

Pero antes de que ella pudiera abrir la boca, la puerta principal se abrió de golpe. Un vecino, Don Mateo, entró apresuradamente. —Álvaro, necesitas saber algo —dijo sin aliento—. Esta no es la primera vez… y no se trata solo de Lucía.

Álvaro sintió que su mundo se derrumbaba. Algo mucho más oscuro estaba a punto de ser revelado.

Álvaro invitó a Don Mateo a entrar y cerró la puerta de un golpe. Rebeca retrocedió un paso, como buscando un rincón donde esconderse. Lucía, sentada en el sofá envuelta en una manta limpia, observaba la escena en silencio, con los ojos muy abiertos.

—Habla —ordenó Álvaro al vecino. Don Mateo se quitó la gorra y la sostuvo en sus manos, nerviosamente. —No sabía si decirte algo… pero después de verte llegar y ver a la niña así… no pude callar más.

Álvaro sintió un nudo en el estómago. —¿Qué viste? El vecino tragó saliva. —Desde hace meses, tu mujer… bueno, tu mujer ha tratado a la niña como si fuera una carga. La echaba de la casa, incluso cuando llovía. A veces la oíamos llorar. Un par de vecinos quisieron intervenir, pero Rebeca siempre decía que era “parte de una disciplina estricta” que tú habías aprobado.

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