Cuando un multimillonario sorprendió a su ama de llaves bailando con sus hijos sordos, lo que sucedió a continuación en la cocina cambió para siempre el destino de su familia.
Introducción
Un silencio se había aferrado durante mucho tiempo a la mansión Carter: denso, viscoso, casi físico. Invadía cada habitación, fluía por las escaleras y se impregnaba en las paredes, como si la muerte misma hubiera dejado su huella. Antaño, esta casa conoció risas, canciones, voces infantiles, los pasos ligeros de la mujer a la que William Carter amó tanto que la vida misma dejó de tener sentido tras su muerte. Ahora, un aliento diferente impregnaba estos pasillos: débil, apenas perceptible, como el de un animal herido.
Sus hijos, los gemelos Noah y Ethan, nacieron el mismo día en que su madre fue arrastrada por el último destello de dolor. Nacieron sordos, y en ese silencio, su padre vio una señal inalcanzable del destino: como si la vida misma hubiera decidido separarlos para siempre del sonido de la voz de quien les dio la vida.
William vivía cerca de ellos, pero no con ellos. Recorrió la casa, ajeno al tiempo, a su entorno y a sus propios hijos, como si no pudiera afrontar su destino: los mismos ojos que tanto le recordaban a su esposa.
Durante años, nada cambió en la mansión. Hasta que llegó Alia, una joven sin títulos, sin recomendaciones de alto perfil, sin un pasado brillante. Llegó a quitar el polvo de los muebles y fregar los pisos, pero trajo consigo algo inesperado: vida.
Lo que sucedió dos semanas después de su llegada marcó el comienzo de una historia que Carter Manor recordará para siempre.
Desarrollo
I. La casa donde el tiempo se detuvo
Alia Johnson llegó a la finca temprano en la mañana, mientras la niebla aún cubría los senderos que rodeaban la residencia. Esperaba ver riqueza, lujo y poder. Pero vio un vacío. No el que se encuentra en las casas adineradas, donde la gente trabaja duro y vive poco. Otro: un vacío profundo y doloroso, el que se podía sentir en la punta de los dedos.