Cuando tenía 36 años, los vecinos susurraban: “¿A esa edad y todavía sin esposa? ¡Estará soltero toda la vida!”.

Después de eso, la vida no fue perfecta.
Hannah no sabía cocinar ni cuidar animales, pero tenía sed de conocimiento.
Poco a poco, nuestra casa se transformó.
Las paredes, antes silenciosas, ahora resonaban con risas y el aroma de las comidas caseras. Un año después, nació nuestro hijo.
Dos años después, una hija.
Cada vez que los oía decir “mamá” y “papá”, sabía que había tomado la mejor decisión de mi vida.

Los vecinos seguían burlándose de mí, diciendo que estaba loca por “traer una carga a casa”.
Yo solo sonreía.
Mientras Hannah y yo nos quisiéramos, nada más importaba.

Entonces, una mañana de primavera, todo cambió.
Estaba trabajando en el jardín cuando oí el rugido de los motores afuera. Tres camionetas negras se detuvieron en nuestra puerta, atrayendo la atención del vecindario.
Hombres trajeados bajaron, con expresión seria, y se detuvieron frente a Hannah.
Uno de ellos hizo una ligera reverencia y dijo:

> “Señorita, por fin la encontramos.” »

Todos se quedaron paralizados.
Me quedé sin palabras.
El rostro de Hannah se puso pálido; me agarró la mano, temblando.

> Un hombre de cabello plateado se adelantó, con la voz quebrada por la emoción:

> “Hija mía… te he estado buscando durante más de diez años.”

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